Si obviamos el diluvio que cayó sobre el Salón durante todo el sábado —por otra parte absolutamente previsto— y que dejó a su paso cuantiosos desperfectos en numerosos stands, la sensación que ha dejado esta edición del salón es a priori positiva y ha puesto de relieve lo acertado de la decisión de trasladarlo todo al frente marítimo de la ciudad.
Al aire libre, paseando bajo las palmeras y las acacias, con los barcos en el agua , el cielo por techo y el skyline de la ciudad y el puerto por horizonte, la visita no podía ser más agradable. Y se notó en la afluencia de público, que incluso el día del chaparrón no desistió en acudir al Moll de la Fusta y al Moll d’Espanya.
No pudieron verse todas las novedades de la temporada 2012-2013, pero sí que estuvieron presentes las más notables del mercado. Salvando la ausencia del sector de la pesca deportiva y del chárter —por otra parte lamentable dada la importancia de estos sectores, que se cuentan entre los pocos que aguantan el tipo de la crisis—, también se registro una presencia muy completa de las firmas que operan en el sector en equipamiento, electrónica, los motores y los complementos.
La apuesta fue pues acertada en términos de ubicación y de duración, lo que siente un precedente que a nuestro juicio ya no tiene vuelta atrás: la próxima edición debe mejorar en muchos aspectos, pero es evidente que el camino iniciado en esta edición es el correcto.
Desde el punto de vista del público asistente hay cosas a mejorar para hacer el año próximo un salón más amable. Había, por ejemplo, pocos lavabos: tres módulos para todo el recinto no es de recibo. Faltaron puntos de restauración con sobrillas o entoldados y espacios de descanso dotados con mobiliario urbano para relajar las piernas. Dado el obligado pequeño tamaño de los stands, faltaban espacios reservados acondicionados para atender a los clientes Faltaron papeleras…. Y hubo una inconcebible falta de previsión en la forma como se montaron algunos estands (con cubiertas planas de aglomerado sin impermeabilizar algunas de las cuales se hundieron bajo el peso del agua). No hay excusa y no puede volver a repetirse.
Pero el público paseaba, pese a todo, satisfecho y relajado por el muelle que se convirtió durante unos días en una verdadera nueva “rambla de mar”.
Y es que Barcelona es desde hace tiempo una ciudad abierta al mar y ese es un capital que no se puede desaprovechar.
Si las cosas se hacen bien el año próximo, no hay duda de que el Salón de Barcelona puede convertirse en uno de los atractivos más interesantes de la ciudad en esta época: para los de aquí y para los de fuera. No en vano detectamos una afluencia de gentes procedentes de toda Europa que antes no habíamos percibido tan claramente. No solo de visitantes particulares, sino también de empresas.
Nos atrevemos a decir que incluso se quedó corto en duración: el último día, si se hubiese alargado el horario, hubiese estado lleno hasta las diez de la noche.
Por tanto, a la espera de conocer las cifras de ventas y de negocio –bastante pesimistas al inicio del Salón- y salvando las deficiencias de forma que no de fondo, el balance no puede ser más positivo.
La prueba: se percibió un gozoso ambiente de disfrute todos los días y el último la gente cruzaba la puerta de salida con rostro sonriente.
¿Qué más se puede pedir en los tiempos que corren?