Tres meses después de zarpar de l’Estartit, en la Costa Brava, la expedición KT3D llega a San Blas. Han recorrido un largo camino a bordo de su Oceanis 423 Bora-Bora bajando por el Mediterráneo, cruzando el Atlántico y navegando por el mítico Caribe. Sin embargo, no son conscientes de la grata sorpresa que les espera a las puertas del Canal de Panamá: un archipiélago compuesto por 365 islas, que se va a convertir en su paraíso escondido. QUIM CARRERAS
Parte de la tripulación llega proveniente de España, y esto nos obliga a pernoctar una noche en Panamá City, lo cual permite visitar un poquito la ciudad, descansar del viaje y preparar las compras, pues en las islas no hay posibilidad de comprar nada.
Pero antes de llegar al barco, que espera fondeado en Carti, hay que atravesar las montañas de la comarca Kuna Yala, con fuertes pendientes, vegetación salvaje y bonitas vistas del mar Caribe. Este trayecto se acostumbra a hacer en un 4×4, y aunque hoy en día la carretera está asfaltada, sigue siendo una ruta complicada, que es preferible hacer con un nativo, que conozca bien el lugar y la ruta.
Toda la comarca, tanto en tierra como en la parte del archipiélago está gobernada por los propios indígenas Kunas, y esto supondrá que haya que pagar una serie de tasas, que servirán para el mantenimiento de la zona, la educación de sus niños y la conservación de sus tradiciones.
Después de dos horas, llegamos al embarcadero de un río, donde unos cayucos nos llevaran a mar abierto y nos desembarcaran en el Bora Bora, que será nuestra casa flotante.
Antes de navegar libres, e investigar lo que nos aguarda, todavía debemos pasar por la isla de El Porvenir, para pasar un control aduanero y policial.
A partir de ahí empieza el paraíso. El agua turbia de la desembocadura del río da paso a las cristalinas aguas de las 365 islas, 35 de las cuales están habitadas.
Descubriendo los fondos
Empezamos a descubrir y disfrutar del lugar una vez estamos bien fondeados en Cayos Holandeses. Con las aletas, las gafas y el tubo nos dirigimos a investigar los fondos. Nos quedamos sorprendidos de la fauna multicolor y pescamos diferentes peces para nuestra próxima comida. A partir de ese momento, la pesca nos servirá para alimentarnos, lo que haremos cocinando en el propio velero, o bien en las playas, junto a una hoguera. Los cocos que recogemos del suelo pasarán a formar parte de nuestra dieta de ahí adelante.
Una avería en el motor del auxiliar nos obliga a bajar a tierra remando, pero el esfuerzo merece la pena, pues descubrimos como viven los nativos en sus pequeños poblados.
A pesar de tener su propio idioma, prácticamente todos comprenden el español, y esto nos permite agradables charlas con los habitantes de las islas. Los más pequeños de la tribu están de vacaciones de la escuela, y esto nos permite disfrutar con ellos de las islas. A su corta edad ya demuestran una sorprendente habilidad con las canoas y una gran pericia en la pesca, pues son capaces de sacar pequeñas langostas de donde nosotros somos incapaces de ver nada, a escasos metros de la orilla, que nos regalan con una sonrisa.
Las cabañas donde viven están hechas de caña y el techo lo tapan con hojas de palmera. Duermen colgados de hamacas y la poca electricidad que consumen la consiguen gracias a placas solares. El agua dulce la extraen de pozos naturales, que usan tanto para consumo como para higiene personal.
Tenemos la suerte de que los pescadores del poblado acepten que los acompañemos en su próxima salida de pesca. Mientras ellos realizan su tarea de pescar langostas a profundidades de 20 metros, a pulmón libre, nosotros los acompañaremos con botellas de buceo. La experiencia es espectacular, pues demuestran una gran potencia física, bajando sin parar y pescando langostas y pescados con unos utensilios muy rudimentarios.
El día en compañía con los pescadores todavía nos deja más sorpresas, pues una manada de delfines se nos acerca y podemos nadar a su lado. También veremos una tortuga además de las langostas y peces de mil colores.
Cuando finaliza la pesca, los nativos se dirigen a los barcos de los visitantes para vender sus capturas. Nosotros por nuestra parte les compramos unas cuantas langostas y acordamos que nos las cocinen en su poblado la misma tarde. Pasamos una agradable velada con ellos y les mostramos en el ordenador un video que hemos grabado de ellos mientras pescaban a pulmón a profundidades que oscilaban entre los 18 y los 25 metros.
Los Kuna, una cultura a descubrir
Vamos cambiando de isla y vamos conociendo gente nueva. Por suerte las islas están a sotavento de una barrera de coral que nos permite fondear en aguas tranquilas, aunque el viento es bastante fuerte. Las islas prácticamente no sobresalen más de uno o dos metros sobre el nivel del mar, y la única protección contra el viento son las palmeras.
Vamos descubriendo gratamente que, a pesar de los cambios que hay en el mundo, los Kuna mantienen casi intacta su cultura y tradiciones.
Las mujeres se pintan de rojo las mejillas y muchas llevan una argolla en la nariz. Se cubren las extremidades con llamativas pulseras y tobilleras, y visten un traje tradicional llamado “mola”, que es una pieza de ropa ajustada al cuerpo como si fuera un corsé, con diseños basados en plantas y animales de su entorno.
Nos gustaría quedarnos mucho tiempo aquí, pero los días se acaban. El barco debe continuar su camino y bastantes tripulantes deben regresar a España. Decidimos navegar hasta Colón para comprobar qué se siente navegando detrás de los arrecifes que nos protejen, y partimos a última hora de la tarde para navegar de noche y recalar en Marina Shelter a la mañana siguiente.
Es el triste momento de las despedidas donde unos regresarán hacia España, dejando sitio a otros que llegarán para cruzar el Canal de Panamá y dirigirse hacia las islas del Pacífico…
Esta singladura es una más dentro de un proyecto que les va a llevar a dar la vuelta al mundo, a bordo del Bora Bora, con un matiz importante y es que estos expedicionarios llevan a bordo un globo aerostático con el que pretenden hacer un vuelo en medio del Oceáno Pacífico. La sensación de volar en medio del gran azul, con un único punto blanquito, el barco, como referencia y unión entre el cielo y el mar, a modo de cordón umbilical. Dicho reto les motiva, aunque para ello todavía deben esperar y buscar una zona lejos de los alisios. Pues para volar, a diferencia de la navegación a vela, se precisa que no haya nada de viento.
POR MAR Y AIRE
La expedición KT3D es una vuelta al mundo abierta organizada conjuntamente por la empresa de chárter Náutica Carreras y la Sociedad Globus Kon-Tiki, especializada en vuelos aerostáticos desde hace más de 25 años. A bordo llevan un globo y una plataforma que les permite hincharlo desde cualquier lugar, incluso en pleno océano si las condiciones lo permiten. Hasta el momento 25 tripulantes han navegado en el Bora-Bora en alguna de sus etapas y han podido sobrevolar en globo las islas Tuamotú.
Para más información o participar en alguna de las etapas de esta vuelta al mundo: www.globuskontiki.com . www.nauticacarreras.com
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