¿Cómo actúa un marino frente a un temporal huracanado? ¿Qué es lo que le convierte en un líder frente a la tripulación y el pasaje? Joseph Conrad nos lo desvela en Tifón. Texto e ilustración de Isidro Martí
Con la edad uno aprende que la buena literatura se ha de releer cada ciertos años. En mi juventud leí Tifón, un relato largo o una novela corta de Conrad —según se mire—, y la devoré ávidamente porque narra las desventuras del vapor Nan-shan, que sufre un violento tifón en el Mar de la China. En la juventud, uno está pendiente de la descripción de las olas, del sonido del viento en la obra muerta, de cómo los golpes de mar barren la cubierta mientras un pasaje aterrorizado entra en pánico y pone en peligro la estabilidad profesional de la tripulación, desequilibrando a oficiales y a la seguridad del barco. El caos. Bandazos, cabezadas, aparejos destrozados en cubierta, jefe de máquinas desesperado, contramaestre desbordado y un grupo de pobres diablos emigrantes hacinados en una bodega que creen el infierno desatado sobre sus cabezas.
Las menos de doscientas páginas quedaron aparcadas en mi biblioteca, y en mi mente, como un relato de aventuras del viejo marino y excelente escritor. Después navegué, leí más novelones de Conrad y otros excelentes autores, me fasciné con El corazón de las tinieblas, La línea de la sombra, Juventud, El espejo del mar. Allí —pensaba— Conrad hablaba de los hombres, del horror, del mundo, el mar, la navegación y la vida. Uno va leyendo a medida que va madurando y, en mi caso, navegando.
Tifón seguía en un rincón de la librería como una aventura menor en el Mar de la China.
Hace pocos años aproveché la iniciativa de la editorial Sexto Piso y compré una recopilación de relatos y novelas cortas de Conrad. Mejores traducciones de Carmen M. Cáceres y Andrés Barba, excelente edición, y un verano embarcado eran una buena excusa para regalarme el tomo de más de mil quinientas páginas. Puro Conrad, y millas por la proa. Ne se puede pedir más.
Releí Freya de las siete islas, Un guiño de la fortuna, junto a los demás relatos, saltándome el orden aleatoriamente y por fin, llegué de nuevo a Tifón. Lo que suponía un agradable recuerdo de una aventura de juventud se reveló como una brillantísima página de psicología humana, un manual en mayúsculas del buen hacer de un capitán, aderezado todo ello de un humor, drama e ironía que hacía años no disfrutaba leyendo unas páginas. Mientras me atracaba línea tras línea del relato, se me escapaban groseros insultos hacia el autor. Esto sólo me ocurre cuando la fea envidia se une a la admiración y el respeto que se merece un gigante de la pluma. Catarsis que me permitía en mi camarote mientras nadie me oía.
“El capitán Mac Whirr, del vapor Nan-shan, tenía una fisonomía que, al menos desde el punto de vista de la apariencia externa, era una réplica exacta de su carácter. No existía en él ninguna marca que hiciera evidente su firmeza ni estupidez; lo cierto es que no había en él ni un solo rasgo pronunciado; su aspecto era corriente, impasible e inexpresivo.”
Hace aquí Conrad toda una declaración de intenciones: el capitán que nos va a librar de un tifón es un tipo normal, rayando en lo anodino. El creador de grandes personajes en sus novelas en tierra sabe perfectamente que el héroe en el mar es un hombre corriente que tan sólo hace bien su trabajo.
“Había algo en él que parecía convertirlo en un inepto total para saber qué ropa era más conveniente llevar en las distintas latitudes: llevaba un bombín de color marrón, un traje completo de un color cercano al marrón y unas toscas botas negras. Aquella moda portuaria le daba a su robusto cuerpo un aire de elegancia rústica y algo rígida. (…) y jamás abandonaba la embarcación para bajar a tierra sin coger antes, (…) un paraguas de gran calidad, casi siempre sin enrollar.”
Hoy en día la moda portuaria no consiste en llevar bombín, pero así era en la época. El héroe viste adecuadamente a los usos del puerto, lleva botas toscas de marino y… ¡un paraguas!
Por fin alguien honesto: los marinos odiamos mojarnos, y sólo pasean por tierra con lluvia en traje de aguas, gabardina o gorros los actores de cine, los regatistas, los aventureros de comic en Malta y los detectives privados. Aquí Conrad me demostró que sabía de lo que hablaba: nada como un buen paraguas en tierra para librarse de las lluvias pertinaces. El hecho de ser un inepto total para saber qué ropas conviene llevar en distintas latitudes es otra clave del marino: no viaja por turismo, no sabe ni le interesa saber qué es la moda. Y de lo que sí tiene absoluta certeza es que te puede caer un chubasco en el Trópico, sirimiri en el Cantábrico o lluvia borrascosa en Ciudad del Cabo. Sólo me quedaba la duda de si Mac Whirr también utiliza el paraguas para protegerse del sol inclemente en tierras ecuatoriales. Los ojos azules que le define Conrad, la “despoblada cúpula del cráneo”, su pelo pelirrojo y piel blanca me hacen estar completamente convencido de que así es.
“Como no tenía más imaginación que la necesaria para ir pasando de día en día y era un hombre seguro de sí mismo, no era presuntuoso en absoluto. Son los superiores con imaginación los que al final acaban resultando más puntillosos, mandones y difíciles de complacer, pero todos los barcos a cuyo mando había estado el capitán Mac Whirr habían sido un oasis de paz y tranquilidad.”
El golpe maestro
En tres párrafos el autor nos define al capitán ideal. En mi juventud apenas me fijé demasiado en la descripción y, si lo hice, fue para suponer que Mac Whirr no daba la talla. En las menos de doscientas páginas pasan muchas cosas, hasta claras insinuaciones sobre si Mac Whirr es casi idiota o se lo hace. Pero mantiene a la tripulación unida, ocupada. Salva el barco. Ejerce el mando con seguridad y destreza.
Sigan leyendo el relato de Tifón. Corran a las librerías a comprarlo si no lo tienen. Contraten a capitanes como Mac Whirr si son armadores. Embárquense en buques con mandos como él si son marinos. Intenten parecerse al personaje si aspiran a ser buenos patrones o capitanes. Nada mejor en un barco que un oasis de paz y tranquilidad. Ya sea para una travesía tranquila ya sea para capear un tifón. Eso lo aprendí con los años, mientras Conrad se sonreía, arrinconado, en la biblioteca.