La participación ciudadana y la salud del mar
La ciudadanía es la pieza clave de la comunidad científica para evidenciar el silencioso cambio del mediterráneo. Las fotos geolocalizadas aportadas por navegantes y submarinistas son de gran ayuda a las investigaciones.
Autor: Anna Bozzano
Cuando en el 1869 Ferdinand de Lesseps, diplomático francés y arquitecto, consiguió separar artificialmente el continente africano y asiático, uniendo el Mediterráneo con el mar Rojo gracias al canal de Suez, no imaginaba que ese corredor acuático sería responsable de un fenómeno silencioso que hoy en día lleva su nombre. En aquel entonces el Mediterráneo era un mar bastante más frío que su vecino tropical haciendo poco apetecible a las especies marinas adentrarse en él. No obstante, algunas emprendieron el camino hacia el mare nostrum y el primer informe sobre una especie exótica en el Mediterráneo data 1896 cuyo protagonista era el pámpano plateado (Trachinotus sp.), un pez del indopacífico, que probablemente llegó al mar Adriático transportado por el agua de lastre de los barcos.
En la actualidad, 150 años después, el mar Mediterráneo experimenta un calentamiento tres veces mayor que otros mares. Esto le convierte en un entorno cada vez más hospitalario para las especies exóticas procedentes del Mar Rojo dando lugar a lo que se conoce como el flujo migratorio de especies lessepsianas. El canal de Suez no es la única vía utilizada por estas especies determinadas a expandir su distribución, otros organismos también llegan al Mediterráneo a través del estrecho de Gibraltar o mediante la navegación y el turismo.
No obstante, las “bioinvasiones” son un fenómeno que se ha ido verificando a lo largo de los siglos. En el Mediterráneo el número de especies introducidas a través de las diversas rutas está aumentando, alcanzando actualmente el millar. Entre estas invasoras destaca el alga Caulerpa cylindrácea originaria de Australia, catalogada entre las 100 peores especies invasoras del Mediterráneo debido a su impacto en las comunidades vegetales autóctonas. Otro ejemplo notable es el alga del género Batophora recién llegada a las islas Baleares del golfo de México y capaz de crear alfombras completas tanto en el lecho marino como en el casco de embarcaciones fondeadas.
En la lista de especies invasoras el pez conejo (Siganus spp) ocupa también un lugar destacado. En sus 10 años de colonización este herbívoro lessepsiano ha desplazado por completo a la salpa autóctona (Salpa salpa) en la cuenca oriental. También el peligroso pez globo (Lagoscephalus sceleratus), cuya piel y carne contienen tetrodotoxina, un potente veneno 1.000 veces más letal que el cianuro o el pez escorpión (Pterois miles). Este voraz depredador, también de origen indo pacífico, se alimenta de diversas especies locales, amenazando de desestabilizar las cadenas tróficas autóctonas y afectar tanto la pesca comercial como la recreativa. Desde el 2015 las comunidades pescadoras están lidiando con la invasión del cangrejo azul (Callinectes sapidus) y la mejor forma de combatirlo ha sido promover su consumo culinario.
La participación ciudadana es fundamental
El Mediterráneo representa solo el 0,7% de la superficie marina terrestre, pero alberga más de 17 mil especies, casi el 10% de la biodiversidad marina del planeta. Se evidencia así la necesidad de monitorear constantemente los cambios en los ecosistemas marinos, para una rápida toma de decisiones tanto en el ámbito científico como político. En este sentido, desde hace una década la ciencia está impulsando la participación activa de personas no especializadas en las observaciones de estos cambios. Mientras realizan sus actividades recreativas o deportivas, los voluntarios envían sus observaciones en formato fotográfico geolocalizado a plataformas científicas respaldadas por personal científico. La participación ciudadana activa y la provisión de datos permiten a los ciudadanos adquirir nuevos conocimientos y habilidades. Este proceso fomenta una investigación más democrática, basada en un entorno abierto y colaborativo que facilita la interacción entre la ciencia, la sociedad y las políticas públicas.
La ciencia ciudadana ha demostrado ser exitosa en numerosos proyectos en todos los mares del mundo. En nuestras aguas Observadores del Mar, una destacada plataforma de ciencia ciudadana coordinada por tres centros del CSIC en Barcelona, Blanes y Baleares, en su década de actividad cuenta con más de 1.000 investigadores. En el 2020, se reportaron más de 700 observaciones de interés científico. Otra iniciativa más reciente pero igualmente exitosa del ICM-CSIC de Barcelona es la Biomarató que promueve la conservación del medio marino fotografiando la fauna y la flora del litoral catalán. Esta iniciativa respaldada por la plataforma Minka ha detectado este año un total de 34 especies invasoras, 40 protegidas y la presencia del cangrejo violinista (Afruca tangeri), que no se había avistado hasta ahora en las costas catalanas.
Como mencionó el Profesor Joan Domènc Ros en el 2016 “quizás el Mediterráneo no dejará de ser biodiverso ni acabará tropicalizándose; quizás las algas frondosas no serán sustituidas por los corales, pero seguramente será bastante diferente al que describieron los investigadores marinos de los siglos XIX y XX y los poetas de todos los tiempos”.
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