Tras dejar Málaga por la popa y pasar el faro de Tarifa, nos encontramos por primera vez en el Océano Atlántico, cuyas aguas se convertirán en nuestro jardín durante los próximos meses. Una mezcla de emoción y nervios se apoderan de nosotros; sentimos que por fin estamos empezando la aventura con la que llevábamos tanto soñando.
Autora: Carmén Dopico, Velero Forquilla
Estas aguas están llenas de orcas y es bastante común que se produzcan encuentros con los veleros, que frecuentemente se traducen en rupturas de timón por los mordiscos de estos majestuosos animales. Por lo tanto, estuvimos mucho tiempo leyendo consejos y avisos de otros navegantes y optamos por mantenernos durante todo el resto de la navegación de la península muy pegados a la costa, siempre a menos de veinte metros de profundidad, y no tuvimos ningún avistamiento.
Nuestro primer río
Nuestra primera parada fue Cádiz, ciudad siempre acogedora y divertida y, a continuación, decidimos hacer la subida del río Guadalquivir para llegar a Sevilla. También fue nuestro primer río y lo disfrutamos como enanos: corriente de dos nudos a favor o en contra en función de la subida o bajada de marea, una amplia fauna revoloteando al rededor del barco. Fondeamos en medio del río para pasar la noche y nos fuimos de excursión con el chinchorro. ¡Qué bonito es el Guadalquivir!
Al día siguiente continuamos la subida del río hasta Sevilla, cuya esclusa y puente no abrían hasta las 21.00 h y 22.00 h respectivamente, por lo que hicimos una parada de espera en Coria del Río y así pudimos aprovechar la subida de marea para llegar lo más lejos posible con corriente a favor.
Sevilla, Huelva y Algarve
La entrada en Sevilla fue espectacular. Esta ciudad es muy especial y llegar a ella navegando nos pareció una experiencia en sí misma. Allí disfrutamos de unos días recorriendo sus calles, conociendo a su gente, y descansados y acalorados, empezamos la bajada del río para volver a aguas saladas.
En Huelva estrenamos puerto en pleno centro de la ciudad, Marina del Odiel, y alquilamos un coche para disfrutar de la gruta de las Maravillas y las minas de Río Tinto. Recibimos la visita de la presidenta y la concejala de turismo, que nos dieron sus mejores deseos para este viaje, y seguimos camino hacia el sur de Portugal, preparándonos ya para abandonar la península. Unos amigos nos visitaron allí y recorrimos juntos parte del siempre espectacular Algarve portugués, y acabamos nuestro periplo ibérico en Portimão. Allí nos abastecimos y preparamos concienzudamente para dar el salto a la isla de Porto Santo, esperando la mejor ventana de meteo… y zarpamos.
Salto al archipiélago de Madeira
El cruce a Porto Santo, en el archipiélago de Madeira, duró exactamente tres días y tres noches, con grandes olas y fuertes vientos que hicieron la navegación bastante incómoda. Por suerte (o premeditación) habíamos cocinado para los tres días, por lo que prácticamente no tuvimos que atender a tareas “domésticas” durante la travesía. Este cruce era importante para nosotros. Queríamos medirnos los tres en una travesía atlántica con toda nuestra nueva equipación de electrónica de B&G y otras incorporaciones para ver cómo nos sentíamos y valorar la posibilidad de subir tripulación para próximas travesías o seguir solo nosotros. Nuestra experiencia fue muy positiva. Fue duro y cansado, pero nos sentimos bien para continuar solos.
Nuestra organización a bordo en travesías consiste en que Ori se encarga casi en exclusiva del barco, y le asisto cuando lo requiere y yo me encargo de nuestro hijo Leo, y Ori me asiste cuando lo requiero. Esta configuración hace que cada uno sea capaz de capitanear un área y satisfacer las necesidades familiares a bordo y podamos liberarnos de cierta parte de la carga mental que supone estar todo el rato pendientes de todo.
El cruce a Porto Santo, en el archipiélago de Madeira, duró exactamente tres días y tres noches, con grandes olas y fuertes vientos que hicieron la navegación bastante incómoda.
En Porto Santo pasamos una semana descansando y recorriendo la isla, la pequeña comunidad marinera que está allí afincada nos hizo sentir como en casa. Es una isla muy especial; dicen que su playa kilométrica de arena blanca tiene propiedades terapéuticas. Esto, sumado a sus imponentes montañas marrón chocolate y acantilados que acaban en el mar, te envuelve en una paz muy curiosa.
A continuación partimos hacia Madeira, y nos quedamos en Marina Quinta do Lorde, un puerto que parece incrustado en una montaña y cuya entrada nos dejó con la boca abierta. Madeira es uno de los sitios más bonitos en los que he estado nunca: verde, verde, verde y mar. La recorrimos de punta a punta, intentando grabar en nuestra mente cada detalle de un lugar que deja sin palabras. Hay muchas rutas de montaña muy sencillas para hacer con un niño y la sensación todo el tiempo es de estar permanentemente en un decorado de cine, da igual hacia dónde mires, es impresionante. A pesar de estar en pleno agosto, no está nada masificado. La temperatura es ideal y la gente, exageradamente amable, trata de llevar siempre la conversación en un fluido “portuñol” que nos hace entendernos a la perfección.
Islas Desiertas e islas Salvajes, reservas naturales
Llegó la hora de dejar Madeira por la popa y el siguiente destino, dentro del mismo archipiélago, fueron las islas Desiertas, una reserva natural donde viven una veintena de lobos marinos y una gran diversidad de aves. Allí nos recibieron los guardas y nos explicaron su historia y la gran labor de conservación que realizan allí. La sensación era la de habernos trasladado a Marte, y aunque la parte visitable de la isla es pequeña, lo disfrutamos mucho.
Al día siguiente partimos hacia las islas Salvajes, a un día de navegación, otra reserva natural en la que pasamos dos días. El recorrido es más amplio que el de las Desiertas y siempre acompañado de un guía. También son islas portuguesas, y merece muchísimo la pena visitarlas. En las dos reservas naturales tuvimos la suerte de poder engancharnos a boya, aunque lo usual es fondear.
Queríamos medirnos los tres en una travesía atlántica con toda nuestra nueva equipación de electrónica de B&G y otras incorporaciones para valorar la posibilidad de subir tripulación para próximas travesías o seguir solo nosotros.
Visitar estas dos reservas naturales nos ha parecido una experiencia muy positiva para el aprendizaje del respeto y amor por la tierra en la que vivimos. Llegar a lugares no habitados en los que la prioridad es la fauna autóctona y su conservación e integrar esto como natural para un niño de dos años no tiene precio.
Noventa millas y en Canarias
Y partimos hacia Tenerife. Noventa millas después, por fin empezamos a navegar por las Islas Canarias. Tenerife nos regala también montaña y bosque, rutas sencillas y descanso, un remanso de paz. Aquí aprovechamos para hacer una serie de gestiones y recados, como renovación del DNI y segundas dosis de vacunas que teníamos pendientes.
El fondeo en las islas Canarias parece mucho más difícil de lo que imaginábamos. La navegación por estas aguas y entre islas es complicada debido a que todo el viento que viene del norte se encañona entre ellas y se vuelve muy potente. Tras algunas deliberaciones, rebajamos nuestras expectativas y decidimos, con gran pesar, no navegar a La Gomera, El Hierro ni La Palma y prepararnos para recorrer con más calma Fuerteventura, Lanzarote y La Graciosa, para acabar llegando a Las Palmas de Gran Canaria con el suficiente tiempo como para preparar el barco y a nosotros para el cruce atlántico que realizaremos el próximo 10 de noviembre con la ARC+ en dos etapas, yendo primero a Cabo Verde y después hasta la isla de Granada. ¡Seguiremos informando!
Sigue leyendo las aventuras del Forquilla y no te pierdas detalle de esta espectacular aventura en familia: