Fondeados en Los Alfaques, un excelente puerto natural al sur del delta del Ebro, Carlos Hacksaw vuelve a rememorar travesías pasadas y experiencias acumuladas.
Texto e ilustración: Isidro Martí Férriz
La enorme cantidad de barcos que inundan las islas Baleares en temporada alta ha hecho que nuestro armador haya decidido pasar nuestras cortas vacaciones en aguas de Tarragona, con una enorme playa donde fondear y una oferta interesante de pescado fresco y restaurantes a precios sensatos. Esta vez Carlos nos lleva a navegar, en sus recuerdos, por las latitudes australes. Apurando un café solo corto tras un refrigerio digno de la zona, Carlos inicia su narración como suele, sin apenas avisar:
“El barómetro bajó diecisiete milibares en quince horas, pero teníamos tantas ganas de llegar a Punta Arenas, unido al hecho de que el derrotero inglés nos confirmaba que entrábamos en el estrecho de Magallanes con corriente a favor, que doblamos punta Dungenes con convicción. Esta punta está a pocas millas al sur de cabo de las Vírgenes, y es la verdadera entrada del estrecho. Volviendo al derrotero británico, explica claramente que un velero con una media de velocidad de seis nudos sólo se puede plantear la navegación directa hasta el puerto chileno de Punta Arenas si entra con corriente de marea a favor que le permita pasar la Primera Angostura y la Segunda Angostura de un solo tirón con éxito. Nuestro navegante había hecho los deberes y estábamos en el momento adecuado en el sitio correcto. Si se calcula mal la hora, la corriente de ocho nudos en contra puede literalmente “escupir” un velero fuera de las Angosturas.
No todo fue tan fácil. Poco antes de llegar a la Primera Angostura el viento roló y arreció, de proa, hasta alcanzar los cuarenta nudos. Aguantamos con la mayor rizada y una punta de motor. Al cargar la racha tomamos el último rizo, momento en el que salió disparado el sable de la mayor fuera de su funda.
A todas estas, no podíamos hacer rumbo a la boca de la Angostura. Decidimos arriar la mayor y aguantar la proa con la ayuda del motor, ayudados por la corriente a favor que nos empujaba. La cosa funcionó y empezamos a navegar, dando violentos pantocazos, sin sensación de movernos encima del agua. Como digo, la corriente nos ayudaba, y gracias al GPS constatamos que avanzábamos a cinco o seis nudos sobre el fondo.
La situación fue muy desagradable, poco antes de arriar la mayor pasamos muy cerca de unos bajos de arena, en una costa fantasmagórica, no muy alta, que parece querer engañarte mientras los vientos cambian de dirección e intensidad en cuestión de minutos.
Pero avanzábamos, cuesta creerlo, pero avanzábamos.
Todo el retraso acumulado más el viento de proa, sin poder navegar literalmente en la dirección correcta, hizo que perdiéramos la oportunidad de pasar la Segunda Angostura y recalar felizmente en Punta Arenas. Como mucho podíamos pasar la Primera Angostura e intentar fondear entre ésta y la Segunda hasta dejar pasar la subsiguiente corriente en contra y esperar la corriente a favor de nuevo. El derrotero indicaba la existencia de una enorme boya de fondeo de petroleros entre las dos angosturas, donde, literalmente, nos agarraríamos cual clavo ardiendo. Con esa potencia de corrientes y viento, no podíamos contar con nuestro fondeo, y mira que llevábamos una buena cadena.
Decidimos pasar la Primera Angostura y apostar por encontrar la boya, de noche, y que no estuviera ocupada. Anochecía, el barógrafo se había estabilizado y el viento empezó a calmar, aunque seguía de proa. Otro factor a favor es que estábamos en época de mareas vivas y la carta indicaba que se podían ganar hasta dos nudos más de la media, que ya era de ocho nudos.
Empezó una especie de regata con tiempo límite hasta las 03:00 —cuando empezaba la corriente en contra— pero navegando a motor, sin sensación de avanzar, esperando que la potente corriente realizara su trabajo.
Para nuestra sorpresa, llegamos a marcar más de once nudos en el GPS, en el centro de la Primera Angostura, pantoqueando contra una estúpida ola de proa. Con el tiempo justísimo, llegamos a la zona indicada en la carta, constatando con alegría, y gracias a la luz de la luna, que una boya libre nos esperaba, una enorme boya por la que pasamos un cabo.
Recuerdo perfectamente que lo celebramos con una sopa caliente, tortilla, patés y quesos, que nos supieron mejor que cualquiera de los manjares. Dormir tranquilos, bien amarrados a una boya gigante que soportaba vientos huracanados y corrientes de hasta 12 nudos.”
Carlos ha contados esta hipnótica navegación como suele, de carrerilla y sin añadir interjecciones o exageraciones que desvirtuarían lo complicado de la situación. Los que hemos navegado unas millas sabemos que mientras ocurren todos estos avatares, la tripulación reacciona con tranquilidad, con aplomo, sin aspavientos ni lamentaciones. O así debería ser. Pero también sabemos que a Carlos le gusta rematar, y esta vez no podía ser una excepción:
“Os cuento todo esto —prosiguió— porque me acabo de leer el libro Magallanes de Felipe Fernández-Armesto. Y me ha parecido un libro excelente, con una documentación enciclopédica, sin dejarse deslumbrar por los acontecimientos, entrando en la mente del navegante portugués. Pero de tanto en tanto, al devorar los brillantes capítulos, uno se queda con una cierta melancolía de encontrar en la narración el punto de vista del navegante puro y duro. Y mira que Fernández-Armesto demuestra una documentación astronómica y de navegación fuera de toda duda. Pero ¡demonios! esos tipos se metieron dentro del estrecho desconociendo absolutamente todo. Ni siquiera disponían de navegantes de la zona.”
Magallanes tardó 36 días en recorrer el estrecho y, como comenta el propio autor, es increíble que la flotilla lo lograra en tan corto tiempo. Porque desde la actual Punta Arenas, hasta el Pacífico, la navegación tampoco es un camino de rosas. El estrecho de Magallanes desciende hasta los 54 grados sur. Barcos de madera. Velas desgastadas. Tripulaciones sin ropa ni comida adecuadas. Motines y ejecuciones sumarias. Ninguna ayuda desde tierra. Esos tipos tuvieron que vivir el infierno de Dante en sus propias almas. Soy totalmente incapaz de ponerme en su lugar. Pero lo consiguieron.