Hay cosas en tierra que se pueden hacer a medias, regular o bien, pero después de navegar estos años, he aprendido que en el mar sólo cabe una posibilidad: hacerlo bien. Texto e ilustración de Isidro Martí.
Seguro que más de una vez le ha pasado que al final de una tarea, una reparación o una reunión, le ha quedado una cierta inquietud de que aquello podía estropearse o acabar mal. En los barcos, en el mar, preparando una travesía, si algo le avisa de que aquello no está suficientemente sujeto, arreglado, revisado o previsto, tenga la completa certeza de que acabará mal, o se romperá, o fallará, tal como su experiencia e intuición, le ha alertado. En tierra todo perdona más. La primera razón es porque los barcos se mueven.
Parece una tontería, pero no lo es. Tendemos a creer que dominaremos la escora, los balances y las cabezadas, pero el barco se ve sometido a unos movimientos que sólo un marino experto es capaz de prever. Por eso en el mar no decimos “ordenar”, nosotros estibamos. Estibar es colocar bien las cosas, amarrarlas, trincarlas, hacer cierres de seguridad en los cajones, sujetar bien las baterías, cerrar los cofres. Cuando preparábamos el Fortuna para la regata Whitbread de la Vuelta al Mundo en el año 85, la organización exigía que todo el interior del barco estuviera bien estibado para que pudiera resistir un vuelco de 180 grados sin caerse.
Uno de mis trabajos ese barco era la estiba, y les aseguro que no es fácil certificar que todo quedará en su sitio si se produce un vuelco. Cierres de seguridad en los cofres, todo el plan del barco atornillado y un sinfín de detalles más. Por suerte no sufrimos un vuelco tan dramático como el del Licor 43, pero en las Rugientes 40 hubo una rompiente que nos puso a prueba y acostó el barco con el palo cerca del agua.
La estiba resistió bien, pero curiosamente fue un desafortunado tripulante el que salió disparado de su litera y sufrió un leve golpe. Y eso que las literas tenían aparejo anti escora. Muchas veces navegando amarramos algo, o tras una maniobra en puerto trincamos las amarras, y lo hacemos bastante bien, pero nos queda una ligera duda de si hubiera sido mejor asegurar el nudo, o dar otro cabo de respeto… pues si es así, seguro que el mar no perdonará y acabará faltando la amarra, la escota o la driza. Cada vez que en un barco he tenido la más ligera inquietud de que algo no estaba bien hecho, asegurado, amarrado, trincado o estibado, ha acabado fallando.
SIN SEGUNDAS OPORTUNIDADES
La segunda razón por la que en el mar se han de hacer las cosas bien es porque no hay segundas oportunidades. Cuando algo falla lo hace a lo grande. Si se cae algo se rompe. Si se rompe llena de vidrios, líquidos o pequeñas partículas la sentina. Es dificilísimo limpiarlo. El aceite patina, la leche se agría y las partículas atascan las bombas de achique. Si se hace mal un nudo el cabo se suelta, entonces la vela queda flameando, es de noche y seguro que de repente el viento arreciará súbitamente hasta los 30 nudos. Y la vela se rifará. Si el cabo es una amarra, justo faltará cuando más necesario sea. Si cerramos un grillete en la driza y no lo apretamos o aseguramos, se aflojará en el momento crucial.
Si no explicamos bien dónde están los tanques de agua y los de gasóleo, seguro que el tripulante inexperto pondrá agua en el gasóleo o gasóleo en el agua. Si creemos que no pasa nada por apurar un tanque de combustible, será en el momento de salir de puerto con mar de fondo cuando el balanceo levante la suciedad del fondo del tanque, atasque el circuito y se pare el motor en el peor momento. A pocos metros de las rocas y con viento que nos abatirá en pocos minutos. El molinillo de fondeo no funcionará en ese momento crucial para fondear y salvar el barco porque no hicimos bien el mantenimiento, o porque la batería no funciona por no tener todo a punto.
El barco acabará en las rocas. Si no ponemos el traje de aguas y las botas en la bolsa porque estamos convencidos de que no serán necesarios, será exactamente ese chubasco imprevisto el que nos sorprenderá. Y mira que los partes han mejorado últimamente, pero la norma no falla. Si no pongo la crema solar en el neceser porque la perspectiva es de una navegación con el cielo encapotado, vendrá un súbito viento del norte que despejará los cielos y un sol radiante brillará orgulloso.
Además, el gorro se me habrá caído al mar por una racha de viento al no haberle puesto el barbuquejo o apretado la cincha correctamente. Si decidimos no llenar el tanque de combustible para la travesía de vuelta porque el parte anuncia un buen viento seguro que no se cumplirá y necesitaremos más horas de motor. O si el viento no amaina será una vela que se rompe, precisamente por no haberla revisado bien.
No compramos más cartas de papel o derroteros porque la electrónica nunca ha fallado. Pues será entonces cuando falle por primera vez. Decido no llamar a otro tripulante de refuerzo porque la travesía será corta: repentina avería en el piloto automático, viento de proa, o la maniobra de atraque se complica a causa del viento, o porque la hélice de proa no funciona. O todo a la vez.
LAS CUATRO PES
Cuando hicimos la Regata de la Vuelta al Mundo teníamos una broma: podíamos hacer las cosas de dos maneras: a “la americana” o con la norma de las cuatro pes. A la americana quería decir prueba error y aprender de la experiencia. Las cuatro pes querían decir que no estaba permitido el error: subir a un tripulante al palo, apurar un bordo a tierra con bajos cerca, viento y corriente, llevar el timón justo cuando un tripulante está en el extremo de la botavara arreglando un rizo con vientos portantes de 40 nudos.
Lo que vengo a significar es que al final en un barco siempre hemos de aplicar la norma de las cuatro pes. No está permitido el error. Nosotros aplicábamos la teoría americana solamente cuando queríamos mejorar algo que ya funcionaba, y nos permitíamos el lujo de comprobar el resultado, porque las consecuencias nunca eran imperdonables.
Está bien, les voy a explicar lo que quiere decir las cuatro pes: Planteamiento Perfecto Previene Percances. Me duele un montón reconocer que la frase no es mía, creo recordar que la saqué de una película, aunque no era de barcos. Y que a nadie se le ocurra llamarme supersticioso. No lo soy, ¿saben por qué? Porque trae mala suerte.