Navegar de noche es algo muy especial. La ausencia de luz solar nos permite vivir de una forma mucho más intensa todo el mundo que nos rodea. Para poder apreciarlo en toda su fuerza es necesario, sin embargo, preparar el barco y seguir unas sencillas reglas. K. Cusí
Hace ya un buen rato que el sol se ha escondido detrás del horizonte. Primero ha aparecido Venus, seguido de las estrellas más brillantes. Poco a poco, la oscuridad nos ha ido envolviendo. Todo parece distinto, aunque sabemos que nada ha cambiado: el viento sigue siendo el mismo, las olas son iguales, el barco se comporta de la misma forma.
En todo caso, si algo ha cambiado, somos nosotros; o quizás sea más exacto decir nuestra percepción del entorno que nos envuelve. Parece que estemos en un universo nuevo. Acostumbrados a vivir siempre con mucha luz para poder ver —sea la luz del sol, sea la luz artificial que encendemos de forma automática cada día—, no sabemos vivir en esta aparente oscuridad. Nuestra primera reacción es encender las luces del barco, como hacemos con las del coche cuando cae la noche mientras estamos conduciendo. Pero si lo hacemos, y mantenemos el barco iluminado, lo más probable es que seamos absolutamente incapaces de ver absolutamente nada de lo que sucede a nuestro alrededor. Porque, a diferencia de lo que pasa al volante, a bordo las luces no deben servir para ver, sino para ser vistos.
Si, en cambio, intentamos adaptarnos a la oscuridad, pronto empezaremos a ver en la noche y además quedaremos impregnados de una magia muy especial.
Deberes previos
Para poder disfrutar de la navegación nocturna, sin embargo, hay que hacer antes los deberes. Mientras todavía hay luz diurna, hay que preparar concienzudamente el barco y prevenir las circunstancias que seguramente afrontaremos en las horas siguientes.
Lo primero que tenemos que hacer es comprobar que las luces de posición funcionan. Si no se encienden, habrá que sustituir las bombillas que se hayan fundido, de las que teóricamente tenemos repuestos a bordo.
Hay que verificar también que la luz del compás de marcaciones funciona correctamente, al igual que las linternas. Si alguna pila falla, la cambiaremos; y dejaremos al menos dos linternas en las guanteras de la bañera, a disposición de cualquier tripulante de guardia que las pueda necesitar. Si es posible, cada tripulante tendrá una linterna en el bolsillo de su chaqueta de agua, aunque esto no es imprescindible, sobre todo con tripulaciones reducidas.
Si tenemos una linterna de las que se acoplan a la frente y dejan las manos libres para trabajar, estará también al alcance del tripulante que pueda necesitarla.
Mientras tanto, alguien se encargará de comprobar el orden en cubierta: escotas, amantillos, cabos de rizo y del enrollador del génova y demás jarcia de labor deben estar perfectamente adujados, a fin de impedir líos cuanto tengamos que trabajar con estos cabos en medio de la oscuridad: hay que encontrarlos inmediatamente, sin confusiones y sin posibilidad de que organicemos un espagueti con todos ellos.
Si no tenemos enrollador de génova (algo poco probable), guardaremos las velas de proa. Si no las podemos meter en sus cofres en el interior de la cabina (porque están mojadas, por ejemplo), las doblaremos y las meteremos en su saco, que ataremos a la base del palo. Si esto tampoco es posible, al menos las amarraremos (enrollándolas con el pujamen) a los candeleros. El objetivo es asegurarnos de que nadie resbalará en cubierta al pisar alguna vela sin querer.
Hay que comprobar el estado de las baterías, que deben estar en condiciones de abastecer las luces de posición y las que podamos necesitar. Si no estamos seguros de que puedan aguantar toda la noche, pondremos el motor en marcha un par de horas para subir el nivel de carga.
El orden también debe imperar en el interior de la cabina. Los platos y cacharros de cocina estarán fregados y guardados; cada tripulante se preparará la ropa de abrigo y el arnés que pueda necesitar durante la noche (de noche refresca, sobre todo en el mar, y es importante no coger frío, porque no sólo entumece los músculos, sino que también embota las ideas; y mantener la cabeza fresca es una necesidad absoluta). Si alguien no lo ha hecho antes, se probará y se ajustará el arnés que tenga adjudicado, antes de que oscurezca, para estar seguro de que podrá ponérselo sin problemas y sin necesidad de encender luces en la cabina.
Finalmente, dejaremos tentempiés y bebidas al alcance de los tripulantes de guardia, a fin de que puedan reponer fuerzas durante la noche. De esta manera, además, podrán comer o calentarse un café prácticamente sin necesidad de encender ninguna luz en el interior, o como mucho, una pequeña luz piloto (preferentemente, de color rojo).
Repasar la navegación
El patrón y el navegante también tienen deberes que hacer. Lo primero es repasar la ruta prevista y decidir si conviene aumentar los márgenes de seguridad respecto de los peligros que pueda haber en su camino. Dos motivos aconsejan aumentar estos márgenes: primero, que en la oscuridad es más difícil apreciar las distancias y ver determinadas circunstancias (por ejemplo, los cambios de color del agua debidos a diferencias de profundidad, o la nube de un chubasco que se acerca); y segundo, que de noche la tripulación en cubierta suele ser más reducida, lo que limita la capacidad de reacción.
Tras repasar las previsiones meteorológicas, conviene anotar todos los faros y balizas que nos saldrán al paso durante las próximas horas: su alcance (geográfico y luminoso), su periodo, el tipo de luz que emiten, su color y cualquier otra circunstancia que nos permita identificarlos. Además, yo suelo dibujar en la carta el alcance de estos faros, porque nos facilitará situarnos cuando los veamos.
Finalmente, corresponde al patrón decidir cómo se realizarán las guardias (individuales, de dos en dos, de tres en tres, y de qué duración), además de adjudicar cada una de ellas a los tripulantes que considere más convenientes.
A la hora de tomar esta decisión, el patrón debe tener en cuenta no sólo los deseos y preferencias de sus tripulantes, sino sobre todo la seguridad del barco. De acuerdo con este principio, ha de intentar que siempre haya alguien con suficiente experiencia en cubierta para hacer frente a las circunstancias que puedan presentarse. Sin perjuicio, evidentemente, de que se le requiera directamente a él cada vez que el equipo de guardia lo considere oportuno.
El equipo de guardia
Con todo esto, ya estamos preparados para disfrutar de nuestra primera noche navegando. Varias son las normas que deben seguir los tripulantes de guardia en cada momento, y también quienes descansan.
La primera obligación de los tripulantes de guardia es atender a la seguridad del barco. Esto se concreta en mantener el rumbo decidido por el patrón, asegurarse de que el barco navega correctamente (las velas pintan como deben, la superficie vélica está ajustada al viento que sopla), que lo hace al rumbo indicado (aquí el GPS, con sus posiciones instantáneas y su función cross track error o similar facilita mucho la tarea a los poco expertos) y sobre todo garantizar que no hay ningún barco ni ningún obstáculo contra el que podamos colisionar.
Este último punto es, probablemente, el que más preocupa a los tripulantes novatos. ¿Serán capaces de ver las luces de un barco que se acerca? Y cuando consigan verlo (es evidente que la experiencia ayuda, y mucho, a descubrir pronto un barco que apenas supera la línea del horizonte), ¿sabrán identificar de qué tipo de barco se trata, apreciar si llevamos rumbo de colisión, y podrán maniobrar el barco para evitar el peligro?
Hay que dejar claro desde el primer momento qué deben hacer los tripulantes de guardia en caso de duda. En mi caso lo tengo claro: en caso de duda, no hay que dudar en despertar al patrón, o a quien éste haya asignado. Es un principio básico, que debe ser cumplido a rajatabla por ambas partes: tanto por parte del tripulante que duda (que no puede retrasar excesivamente la llamada para dar tiempo a que el patrón pueda hacerse cargo de la situación y tomar la decisión pertinente), como también por parte del patrón, que tiene que saltar inmediatamente de la litera. ¡Ay del capitán que menosprecia la consulta o la petición de ayuda por parte de su guardia, y no digamos si ridiculiza al tripulante poniendo de manifiesto que se trata de una nimiedad! Se arriesga a que a partir de aquel momento no se le consulte y se ponga así en grave riesgo la seguridad del barco y de todos sus ocupantes, además de los otros barcos que podamos encontrar en nuestra ruta.
Normas de convivencia
Durante la noche, tanto los tripulantes de guardia como los que descansan deben seguir unas sencillas normas de convivencia. Los encargados del funcionamiento del barco intentarán, en la medida de lo posible, respetar el descanso de quienes no están de guardia: evitarán los gritos y canciones, así como las carreras por cubierta, que resuenan mucho en el interior de la cabina e impiden el descanso de sus compañeros; además, cuando necesiten algo en la cabina, procurarán encender las menos luces posibles y apañarse, si es posible, con el flexo de la mesa de cartas o una luz piloto roja. Y esto tanto en beneficio de quienes descansan como en el suyo propio: una luz potente cerrará de repente la pupila e impedirá que pueda ver en la oscuridad durante los próximos 10 o 15 minutos, hasta que los bastoncillos de la retina se hayan adaptado de nuevo a esta circunstancia.
A la hora de pasar el relevo, no se irán a dormir hasta asegurarse de que sus sustitutos no sólo están en cubierta, sino que han asimilado completamente la posición del barco, las circunstancias de la navegación y las instrucciones del patrón, así como la tendencia del viento y cualquier incidencia que consideremos oportuna comentar.
Un detalle que suelen agradecer quienes se acaban de levantar es tener lista alguna bebida caliente: hace más agradable el despertar.
Por su parte, quienes descansan, deben evitar encender luces en el interior que pueden cegar a los tripulantes de guardia. Es por ello importante que, antes de irse a dormir, se preparen la ropa y el arnés que deberán usar. No sólo ganarán un tiempo (que sus compañeros que salen de guardia agradecerán), sino que además no necesitarán tanta luz para vestirse y verán mejor cuando lleguen a cubierta.
Navegar de noche no supone ninguna dificultad añadida. Y si seguimos estas sencillas normas, descubriremos un placer nuevo, seguramente algo distinto e imprevisto, y pronto comprobaremos que la navegación nocturna es una fuente de sensaciones inolvidables para quienes nos hemos dejado subyugar por ella, tanto si nos ilumina la luz de la luna como si ésta brilla por su ausencia.
Llevar la caña sin mirar el compás
Para los novatos, una de las tareas más pesadas durante las guardias es tener que mantener la vista fija en el compás para no desviarse. De noche es muy difícil mantener el rumbo tomando el viento y las olas como referencia.
La mejor alternativa para no cansarse tanto la vista es usar una estrella como guía. Ponemos el barco a rumbo, nos sentamos en una posición cómoda para llevar la caña o la rueda e intentamos alinear alguna estrella con un obenque u otro elemento fijo del barco. A partir de aquel momento, podremos usar esta referencia durante unos 15 minutos (cuidado con las diferencias de escora, que pueden cambiar la alineación del “obenque-visor”). Pasado este plazo, deberemos comprobar nuevamente el rumbo con el compás y buscar un nuevo astro; de lo contrario, iríamos cambiando de dirección y apuntando cada vez más al oeste, pues ésta es la dirección en que va corriendo la cúpula celeste.
Instrucciones a los tripulantes de guardia
Las instrucciones que deben seguir los tripulantes de guardia varían mucho de un barco a otro, y también en función de la experiencia que tengan y la confianza que el patrón pueda depositar en ellos.
De todas formas, las instrucciones han de ser claras y precisas y deben incluir, como mínimo, los siguientes puntos:
– Rumbo a seguir y actitud a adoptar si no es posible mantenerlo (por ejemplo, porque rola el viento).
– Evolución probable del tiempo y qué debe hacerse si las circunstancias cambian, tanto si es en el sentido esperado como si no.
– Qué debe hacerse si se avista otro barco.
– Qué anotaciones deben apuntarse en el cuaderno de bitácora y en la carta, y cada cuánto tiempo.
– En qué circunstancias hay que avisar al patrón (o al navegante), además de en caso de duda.