El Egeo es un mar ventoso en el que, además, la abundancia de islas altas, costas montañosas y recortadas, cabos prominentes y canales angostos configura un paisaje de turbulencias; allí el viento se comporta como el agua en un torrente con el lecho sembrado de grandes rocas y su flujo no es para nada laminar y constante, sino racheado y bronco. Y uno de los sitios con más fama de ventoso es el triángulo que configuran las islas de Samos, Ikaría i Fournoi. Lluís Ferrer Gurt
Ikaría y Samos son islas altas, escarpadas y con un perfil alargado orientado de este a oeste, que actúan como barreras que enloquecen al viento estival del norte, el famoso Meltemi, que cae a sotavento con rachas fuertes y se acelera en el canal entre las dos islas. La pequeña y también escarpada Fournoi junto con su vecina Thymaina se encuentran justo al sur del estrecho entre las dos grandes islas vecinas, en la boca del gran embudo que vierte sobre ellas un viento acelerado; las montañas de estas dos pequeñas islas se encargan del resto, enloqueciendo aún más al viento. Como todos los sitios con mala fama, bien merece una visita.
SAMOS, LA PITAGÓRICA
Samos, cuna de Pitágoras, es famosa desde la antigüedad. Su proximidad con la costa turca, su paisaje fértil y su costa recortada en la que abundan los refugios naturales, hicieron de ella una isla rica y afortunada, famosa por sus vinos. De ella partió el marino Kóleos (S. VII aC) con su barco rumbo a Cyrenaica, aunque un temporal de levante enloquecido lo llevó hasta los confines desconocidos del Mediterráneo y lo empujó a través del estrecho de Gibraltar hasta la mítica Tartessos, de la que volvió con el barco abarrotado de riquezas y con anclas de plata para redondear la carga.
En su costa meridional se construyó, durante la época clásica, el que pasa por ser el primer puerto artificial del Mediterráneo, con un muelle de casi 500 metros de longitud cuyos restos sirven como base para el muelle actual del puerto de Pytagório. En la zona oriental de la isla, la que está cerca de la costa turca, hay bonitas playas y allí se concentra el turismo, que en ningún caso llega a ser agobiante.
Su costa occidental, la que se encara con el estrecho de 10 millas que la separa de su vecina Ikaría, está dominada por una montaña de casi 1.500 m de altitud, el Kérkis, una mole calcárea imponente y majestuosa. El viento, que se acelera en los canales, juega con las esquinas y también con las montañas, encuentra en esta zona una gran montaña (1.434 m) justo al lado de una esquina vecina de un canal, y su juego se convierte en algo tan caótico que hace falta una vida para entender sus reglas. Esta parte de la isla, poco frecuentada por yates, es también la menos turística.
El puerto de Marathókampos, situado en la costa SW de la isla, es un buen refugio y también un sitio muy acogedor, con tabernas y cafés frente al mar. Las playas vecinas, poco frecuentadas incluso en pleno verano, son muy atractivas. Hacia poniente, hasta la esquina SW de la isla (Cabo Ag. Doménikos) hay varias bahías en las que es posible fondear, siempre teniendo en cuenta que en determinadas circunstancias pueden ser sitios incómodos, afectados por las rachas enloquecidas que caen de la gran montaña que domina la zona. La costa de poniente y la del noroeste son sólo practicables en primavera o en otoño, cuando el tiempo está calmado o soplan vientos del sur.
IKARÍA, LA ISLA SIN PUERTOS
Ikaría es como una pequeña Creta, escarpada, orgullosa, salvaje y difícil. La falta de refugios en sus costas contribuyó siempre al aislamiento de esta isla, que no vio la construcción de sus dos puertos actuales (Agios Kírikos en la costa sur y Agios Évdilos en la norte) hasta mediados de 1970. Siempre fue considerada una isla pobre y remota y fue usada muchas veces como sitio de exilio. Aún hoy destaca por el carácter orgulloso y solidario de sus gentes y por sus tendencias izquierdistas en política. La isla también es famosa por las fiestas mayores de sus pueblos que se celebran casi todas en verano y a las que vale mucho la pena acudir.
En la costa septentrional, la ciudad de Évdilos ofrece refugio en su puerto, mientras que en la costa meridional se encuentra el puerto de Agios Kírikos con una pequeña marina de reciente construcción (2017); justo a levante de esta marina se halla el pequeño puerto de Therma, en el que es posible disfrutar de un baño en las aguas termales que afloran entre las rocas de la costa. En verano, cuando sopla el meltemi, el único fondeadero practicable se encuentra en el extremo de levante de la isla, frente a la bonita playa de Faros, cercana al aeropuerto; en esta zona el relieve de la isla es suave y el viento estival no es racheado y violento, sino sólo fuerte. A lo largo de la costa hay algunos puertos minúsculos, construidos aprovechando el precario refugio que dan unos escollos y mejorado con un rompeolas, pero sólo son aconsejables en condiciones muy calmadas ya que ofrecen muy poca protección.
La carretera que une las dos ciudades, Ag. Kírikos y Evdilos, es una vía sinuosa de 40 km que salva una distancia de tan sólo 10 km en línea recta, serpenteando por el paisaje montañoso de la isla. Fue construida, como los puertos respectivos, a mitades de los años 70 y hasta entonces los dos lados de la isla estaban tan aislados como dos islas diferentes. Recorrerla permite disfrutar de los paisajes del interior, cubiertos por bosques y matorrales espesos, un territorio en el que abundan las colmenas de las que se extrae la miel que hace famosa a la isla. De hecho, sea por sus aguas termales, por su excelente miel o por el escarpado paisaje que obligaba a sus habitantes a una vida espartana y muy activa físicamente, Ikaría es conocida por la exagerada proporción de centenarios saludables entre sus habitantes.
FOURNOI, LA ISLA DE LOS CORSARIOS
Fournoi, con sus 15 km de longitud, es una isla escarpada y de costa exageradamente recortada a la que se conoce como Fournoi Korséon, la isla de los corsarios, ya que fue un nido de piratas. Es una isla de pescadores que se anima en verano con un turismo que no llega a ser agobiante y que ha cambiado poco el carácter de sus gentes, aunque su impresionante flota de pesca ha ido menguando a lo largo de los últimos decenios y ahora es sólo una sombra de lo que fue.
El pueblo principal de la isla, donde se encuentra su precario puerto, poco protegido y muy a menudo afectado por el mar de fondo que lo hace incómodo y hasta peligroso, es un sitio amable y acogedor, con tabernas y cafés que se alinean frente a los muelles, con una deliciosa calle mayor sombreada por moreras y una placita dominada por un enorme platanero bajo el que se cobijan las mesas de un par de cafés acompañadas por un inmenso sarcófago romano que encontraron al excavar un solar para hacer obras de ampliación de una casa vecina. Al norte de la isla y al fondo de una recortada bahía, el minúsculo puerto pesquero de Chrysomiliá ofrece un buen refugio, aunque sólo hay sitio para un par de barcos.
En su recortada costa abundan las bahías y siempre es posible encontrar un refugio, sople de donde sople el viento, aunque en general las condiciones no son nada fáciles a causa de las rachas que caen de las montañas. La enorme abundancia de pecios en los fondos que rodean la isla ilustra este doble carácter de la isla, que es aparentemente acogedora, aunque terriblemente turbulenta.
THYMAINA, LA MINÚSCULA
Situada frente a Fournoi, Thymaina es una montaña de 500 metros que emerge del mar, con un solo pueblo en su costa Oriental en el que viven menos de un centenar de personas, casi todas ellas apellidadas Markákis y descendientes de una familia cretense que se afincó en la isla hace unos 200 años. Frente al pueblo hay un pequeño puerto que da refugio a las barcas locales y que sirve de atraque para el pequeño ferry que la conecta con sus vecinas Fournoi, Ikaría y Samos. Un pequeño café sobre el puerto, una cantina estival en una pequeña playa de la bahía, una taberna en el interior del pueblo y un par de pequeñas tiendas con productos básicos constituyen los servicios de la islita, que depende para todo lo demás de la vecina Fournoi, que a su vez depende de Samos.
Un poco más al sur hay una bahía muy protegida que era el fondeadero preferido por muchas barcas de pesca; su nombre es Ormos Keramidoú (la bahía de las tejas) ya que hace más de un siglo se hundió allí un caique que transportaba tejas y ladrillos, cuyos fragmentos aún alfombran la parte meridional del fondeadero. En la bahía hay una taberna, abierta en primavera y verano, con sus mesitas refugiadas bajo unos grandes tamariscos que sombrean la playa. Esta bahía está abierta a levante y tiene justo en frente de la bocana un islote, Diaporí, lo que le da la falsa apariencia de tratarse de un fondeadero protegido de todos los vientos al estar rodeado de tierra por todas partes, pero esta es una apariencia engañosa ya que en caso de que sople un viento fuerte de SW o de WSW, las grandes olas que vienen del mar abierto chocan contra la escarpada costa del islote vecino, se reflejan en ella y penetran en la pequeña bahía convirtiéndola en un fondeadero peligroso en el que sólo resisten los caiques amarrados por proa y popa a las enormes cadenas que recorren el fondo desde sus anclajes en la playa; en este mundo complejo de la Mar Egea, donde los efectos locales son a veces sorprendentes, es siempre aconsejable informarse con los que conocen la zona antes de dar por supuesto que un refugio es bueno.
Alrededor de la islita hay unos cuantos fondeaderos que ofrecen refugio para diferentes vientos, pero todos son rincones remotos y aislados donde sólo un amante de la soledad se encontrará a sus anchas.