La cabeza blanca, franja de tierra, es lo que avistó Juan Rodríguez Bermejo, el marinero sevillano de la Pinta, dos horas después de medianoche, con luna llena. Gritó “¡Tierra! ¡Tierra!, y disparó una lombarda. Texto e ilustración de Isidro Martí
Estábamos sentados en una terraza de Punta del Este. El mes de abril en el hemisferio sur marca el inicio del otoño. Ya no había turistas en el balneario uruguayo, y disfrutábamos de un ambiente agradable y apaciguado. Llevábamos muchos meses de campaña recalando en puertos anglosajones —Fort Lauderdale, Portsmouth, Ciudad del Cabo, Auckland—, donde no abundaban las terrazas frente al mar ni los paseos ajardinados junto a las orillas. Si las calles de Montevideo me recordaron a algún barrio de Barcelona, la terraza frente a los barcos amarrados podía pasar por la de cualquier puerto mediterráneo del levante español.
Han pasado más de treinta años y lo recuerdo como si fuera ahora: Paul, mi amigo neozelandés, nos preguntó, a Oka —médico del barco finlandés— y a mí, si nos planteábamos participar en la próxima vuelta al mundo. No tuvimos ni que justificarnos. Los dos teníamos clarísimo que nos enfrentábamos a la última etapa, tras sufrir las duras condiciones del Índico y del Pacífico Sur, y que tras llegar a Europa no nos planteábamos repetir la experiencia. Con una vez bastaba.
Paul masculló una de sus características interjecciones, imposibles de traducir a cualquier idioma y nos explicó su plan. Como sabíamos, éste era su segundo periplo alrededor del mundo, y no sabía cómo demonios estaba aquí de nuevo. Pero tenía un proyecto. Fundar Whitbread Anonymous. Whitbread era el nombre de la regata en la que participábamos —por cierto, una marca de bebidas alcohólicas.
¿Y a qué se dedicaría la organización Whitbread Anonymous? Muy sencillo: a evitar que incautos participantes de la regata repitieran en la siguiente edición. Vaya, que no cayeran en la tentación de sumergirse de nuevo en la pesadilla de las navegaciones australes.
– ¿Verdad que ahora mismo os parece irreal la posibilidad de repetir?
– ¡Por supuesto!, mascullamos Oka y yo tras un largo trago de cerveza fría… ¡Nunca más!
– ¡Ja! Rió Paul. Yo dije lo mismo hace tres años y aquí me tenéis, como un idiota reincidiendo. Por eso mi misión a partir de ahora será velar para que nadie recaiga en errores que cometí. Es muy sencillo, ahora volveréis a vuestras casas y, tras unos meses de descanso, cuando se os haya olvidado todo, empezaréis a pensar de nuevo en volver a navegar, incluso repetir la regata. Quizá un desalmado colega os llamará para proponeros estúpidas aventuras oceánicas… entonces es el momento —antes de que sea demasiado tarde— de llamar al teléfono de Whitbread Anonymous. En cuanto recibamos la llamada actuaremos de inmediato: un equipo de profesionales se ocupará de ti, despertándote de madrugada lanzándote baldes de agua helada, no te dejará dormir durante varias noches o lo harás a intervalos muy cortos. Por la mañana, cuando vayas a trabajar te obligarán a vestir con ropa húmeda, sudada y sucia, llevarás los mismos calzoncillos durante diez días, mientras te meten cubitos de hielo por el cuello de la camisa. Te harán comer menús liofilizados con pasta recalentada, y las siguientes noches te meterán en una cama mojada dentro de un tren de mercancías desbocado. No cejarán hasta que se te quiten las ganas de reincidir y vuelvas a ser una persona sensata, corriente, sin intenciones de cometer la estupidez de dar ¡dos vueltas al mundo!
Corolario
Recuerdo hoy estas sabrosas tertulias de hace ya décadas degustando un café en la terraza del puerto. Observando a la gente pasear, siento la paz y el sosiego que produce perder el tiempo, relajarse, mirar y ser mirado. “La voluntad humana mitiga el cálculo”. La frase es de Américo Castro. Un erudito define a la perfección un concepto que lleva años fascinándome. La voluntad la genera las ganas de conocer, de viajar, de descubrir no ya mundos, pero sí experiencias nuevas, paisajes, mares embravecidos, recorrer horizontes leídos en los libros. Navegar con Conrad, con London. Volver a tierra y releer lo leído, y descubrirse a uno mismo estupefacto ante un párrafo leído hace cuatro décadas: esto lo leí, luego lo viví y ya no me acordaba de lo que sentí, cómo lo sentí.
Y vuelve Américo Castro al rescate: “para sobrevivir a las marchas a lo largo del cauce del maravilloso río Magdalena (…) cruzar tantos mares, tantos ríos, valles, bosques y montañas (…) era preciso atesorar una gran idea.” Claro: una ambición, o salir de un entorno conocido o aburrido para alcanzar el sueño. Quizás el éxito, el reconocimiento. Ganarse a una bella mujer, una sirena. ¡Qué sé yo!
Pero una vez realizado el viaje, cuando se sabe que la sirena es un sueño, un delirio, que el reconocimiento es efímero, o que durante la travesía se conoció el fracaso, el naufragio en tierra —siempre se naufraga en tierra—, o supongamos que incluso se ha obtenido el éxito y la bella mujer envejece, plácida y todavía bella a nuestro costado, resulta que no nos contentamos con observar pasivamente el horizonte en la terraza del Mediterránea. Hemos llamado al número de teléfono de Paul y ya nadie nos contesta. Ahora hay que acceder desde una página web.
Volvemos a soñar entonces con más aventuras, divisar una nueva cabeza blanca de tierra, soltar amarras y emprender navegaciones australes, contraviniendo de nuevo los sabios consejos de Paul: “Navega siempre donde puedas ver peces voladores…” y mientras preparamos de nuevo el viaje, ordenando al pie de la cama viejos trajes de agua y ropa de abrigo, nos sorprendemos mirando la biblioteca donde ya no buscamos los títulos de London y Conrad. La vista se nos va a Cervantes, a los molinos de viento, las llanuras que dibujan un horizonte como el del mar en tierra. Dulcinea nos espera. Y sonreímos.
En el Índico y el Pacífico Sur no se ven peces voladores. Por eso es importante, antes de cerrar la puerta, recordar el último consejo de Paul: “Mantén tus botas secas.”
P.D. Lean “El Imperio Español. De Colón a Magallanes” de Hugh Thomas. No por el Imperio, sino por las aventuras y navegaciones más fascinantes de la historia.