Cautivadora en su simplicidad, elegante y majestuosa, la nacra se erige noble y solitaria en fondos arenosos-rocosos a partir de pocos metros de profundidad hasta alcanzar los 50 metros.
Autora: Anna Bozzano
Fotos: Anna Bozzano
La Pinna nobilis, nombre científico de la nacra, puede llegar a medir 120 cm y vive preferentemente en praderas de fanerógamas marinas como la Posidonia oceánica o la Cymodocea nodosa. Es un endemismo del Mediterráneo con una historia que empieza en el Mioceno, hace 20 millones de años. Desde entonces ha sido observadora silenciosa de los grandes cambios de la biodiversidad de nuestro mar, inconsciente de que su futuro podía haber tenido los días contados. Esta especie emblemática del Mediterráneo es “solo” un invertebrado, un molusco bivalvo pariente de los mejillones, adornado de una bella y fina concha que le otorga un aire regio que inspiró al científico Linnaeus en 1758 a darle su nombre: Pinna nobilis, conocida como nacra. El bivalvo más grande del Mediterráneo y el segundo más grande del mundo. Con su envergadura es capaz de filtrar miles de litros de agua cada día, contribuyendo así a la claridad y calidad del mar. Así mismo, la amplia superficie de su concha la convierte en un epicentro de biodiversidad, proporcionando hábitats propicios para el crecimiento de diversos invertebrados y algas.
El biso, ligado a la piedra y la cultura
Los individuos de nacra se anclan al fondo marino con el biso, un entrelazado de hebras con el que se sujetan firmemente de forma vertical, sobresaliendo elegantemente de lecho vegetal. El biso lleva consigo la esencia de antiguas civilizaciones: babilónica, asiria, fenicia, egipcia y grecorromana ya que de su elaboración se obtenían unos hilos relucientes, cantados también por Homero al describir los adornos de Helena, tan codiciados por la nobleza de aquel entonces que el tejido que se obtenía recibía el nombre de seda de mar o, como lo definía Aristóteles, “seda de concha”. En la actualidad, solo unas pocas mujeres de la isla Sant’Antioco conservan su arte, como un tesoro milenario.
Lamentablemente, la abundancia de la Pinna nobilis en las aguas del Mediterráneo ha experimentado un declive desde la década de 1970, resultado en parte del impacto antropogénico —como las actividades pesqueras y de fondeo, el coleccionismo, la contaminación y la alteración de los fondos marinos— y en parte de factores que no se comprenden del todo.
El golpe más devastador ocurrió en 2016, cuando una epidemia desconocida diezmó las poblaciones de Pinna nobilis en las Islas Baleares, extendiéndose casi al mismo tiempo a lo largo de la costa sur de España, Francia, Córcega, Cerdeña, el mar Tirreno y la costa de Túnez. Incluso se registraron casos de mortalidad en Croacia, el Golfo de Trieste, Grecia y Turquía en los años siguientes. La magnitud de la tragedia fue impactante, con estimaciones que sugieren que más de 300.00 individuos desaparecieron del Mediterráneo en menos de cinco años. Esta rápida disminución llevó a la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza (UICN) a declarar a la especie “en peligro crítico”, situándola a un paso de la extinción.
La comunidad científica mundial se unió para abordar el problema y finalmente investigadores españoles identificaron el culpable de la epidemia. Una nueva especie de protozoo (organismo unicelular) denominado Haplosporidium pinnae. Este patógeno transportado fácilmente por las corrientes y cuya activación se vio relacionada con temperaturas superiores a 13,5 °C y salinidades elevadas, atacaba agresivamente el tejido epitelial e intestinal de las nacras, provocando su muerte.
Colaboración científico-ciudadana
Poder seguir la expansión del virus en la población de nacra era una ardua tarea desde un punto de vista científico y requería de la colaboración entre científicos y ciudadanos, a través de proyectos de ciencia ciudadana. Aunque los hallazgos de los “no expertos” requerían confirmación, la información proporcionada fue invaluable para seguir la evolución de la epidemia en áreas extensas. Un estudio de 2019 que abarcó el Mediterráneo occidental, desde Gibraltar hasta Cerdeña, reveló que el 40% de los datos recopilados que permitieron analizar la dinámica de la propagación de Haplosporidium pinnae provenían de observaciones de aficionados.
Aunque la situación era desoladora, los científicos descubrieron que algunas poblaciones de nacras desarrollaban resistencia natural al patógeno, ofreciendo esperanza para su supervivencia. Artículos como el publicado por Prado et al. en 2019 en la revista Aquaculture, destacaron los avances en la investigación que permitieron identificar posibles estrategias para combatir la infección. Los científicos exploraron opciones que incluían tratamientos médicos, técnicas de cría selectiva y el estudio de la resistencia genética en las poblaciones de nacras. Los esfuerzos de conservación se intensificaron con la creación de áreas protegidas y restricciones a la pesca.
Hubo que esperar para vislumbrar vías esperanzadoras para su recuperación. Se consiguió desarrollar un método para la maduración de la nacra en cautividad a través del desarrollo de protocolos de temperatura y alimentación y finalmente abordar la reproducción en cautividad de la especie, con el objetivo a largo plazo de su regeneración en el medio natural.
Actualmente, la reintroducción de individuos criados en cautividad está fortaleciendo las poblaciones naturales y ha llevado a una recuperación en algunas áreas del Mediterráneo. A pesar de los desafíos, la combinación de investigación, conservación y conciencia pública ha proporcionado una nueva perspectiva para la supervivencia de la concha más aristocrática de las aguas mediterráneas.
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