La costa norte de Creta es la cara amable y civilizada de la isla, un mundo absolutamente diferente a la salvaje y remota costa sur; son como la cara y la cruz de una moneda. La costa septentrional es el lado más acogedor de esta isla difícil, con puertos aceptablemente seguros y confortables combinados con fondeaderos que dan buen abrigo en caso de mal tiempo. Es, también, la zona donde se acumula el turismo, que ha convertido algunos trozos de esta costa en sitios anodinos y sin ninguna personalidad. Texto y fotos: Lluís Ferrer Gurt
Los vientos dominantes en la costa norte de la isla de Creta son del cuarto cuadrante, cosa que hace más fácil el tránsito de oeste a este. En verano, cuando sopla el meltemi, esta es la opción más recomendable y lógica, pero en primavera y otoño se puede navegar en sentido contrario, en el bien entendido de que no hay prisas y uno puede esperar con tranquilidad a que el viento role a S, SE o E para navegar. Estas épocas son también las que hacen que todo sea más apetecible, ya que el turismo no es invasivo y la isla muestra su aspecto más bello. Esta es la opción que se tomó en el viaje a lo largo de esta costa, llegando a la isla desde el Dodecaneso y dejándola atrás desde su extremo occidental durante un relajado periplo primaveral.
Lassithi: la Creta dulce
Al acercarse a Creta desde Kasos, las cumbres nevadas del macizo Dicti, de 2.140 metros de altura, se alzan como telón de fondo de la comarca oriental, Lassithi, la zona de la isla con paisajes más amables, dominada por montañas medianas cubiertas de olivares y cultivos. Esta zona acogedora, que estuvo paradójicamente abandonada durante siglos a causa de la piratería, es rica en fondeaderos en la costa que hay alrededor del recortado Cabo Síderos; también es posible refugiarse en una pequeña bahía de Dragonara, uno de los islotes que se hallan a unas pocas millas al NW del cabo. La ciudad principal, con un puerto acogedor aunque algo precario si soplan vientos del segundo cuadrante, es Siteía, un núcleo poco afectado por el turismo de masas.
Siteía se alza sobre el emplazamiento de la antigua Iteía, fundada por los minóicos hace más de 4.000 años, pero poco queda de su antiguo esplendor después de las destrucciones masivas ocurridas a causa de un gran terremoto el año 1508, un terrible saqueo a cargo de Barbarroja en 1538 y un largo asedio otomano en 1651. Quedan sólo algunos restos romanos, un trozo de la muralla bizantina frente al mar y una fortaleza veneciana llamada Kazarma, corrupción de “Casa di Arme”. La ciudad, así como toda la zona oriental de Creta, fue abandonada después de la destrucción del 1651 y, a causa de la piratería que amenazaba la zona, no fue reconstruida y repoblada hasta 1870, cuando los otomanos la volvieron a fortificar. Ahora es una ciudad tranquila y agradable, con el sabor de la auténtica Creta poco afectada por el turismo. Si no hay amenaza de siroco, es un buen puerto para dejar el barco y visitar el interior de esta zona.
Agios Nikolaos: el golfo Mirambellou
Más hacia poniente entramos en las aguas del gran golfo Mirambellou, en la comarca de Agios Nikolaos, dominada ya por las altas cumbres del Dicti (2.140 metros). Esta zona ofrece al navegante unos fondeaderos absolutamente protegidos y una marina muy bien equipada en la ciudad.
En el extremo noroeste del gran golfo una estrecha península encierra entre ella y la costa vecina una bahía de aguas someras y protegidas, la bahía de Spinalonga, una especie de “lagoon” tropical que ofrece refugio seguro para cualquier viento. Son raros estos fondeaderos en los que un barco encuentra un refugio más seguro incluso que un puerto y más excepcional aún es encontrar uno en esta isla tan poco acogedora para los barcos; pero no es nada exagerado calificar esta bahía como uno de los mejores fondeaderos del Mediterráneo.
A la entrada de la bahía de Spinalonga, un dado su enorme importancia estratégica y comercial. Fue construida por los venecianos en 1579 y reaprovechada por los otomanos. Cuando la isla pasó a formar parte de Grecia (1913), la abandonada fortaleza se convirtió en una leprosería en la que se acumularon enfermos provenientes de todo el país, cosa que la hizo tristemente famosa. Ahora es un atractivo turístico y es visitada por un gran número de personas atraídas por su belleza así como por su oscura historia, que se hizo famosa a raíz de una novela de la escritora inglesa Victoria Hislop (“The Island”) convertida posteriormente en serie televisiva. Al fondo de la bahía se encuentra el pueblo de Elounda, edificado sobre las ruinas de una vieja ciudad minoica. Y alrededor de ella, un yate encuentra fondeaderos cómodos para cualquier tipo de situación meteorológica.
Más hacia el sur se encuentra la ciudad de Agios Nikolaos, un núcleo urbano que no tiene la belleza de las viejas ciudades venecianas pero que es atractivo y acogedor. Ofrece al navegante una marina muy bien equipada, un buen sitio donde dejar amarrado el barco para hacer incursiones al interior de la isla.
Irakleio: el castillo del foso
Dejando por popa el Dicti y enfilando hacia el oeste nos acercamos a Irakleio, la capital de la isla, dominada por un segundo macizo de montañas que culminan en el Psilorítis (2.454 metros). El puerto comercial, el más grande de la isla, esconde al fondo una pequeña y abarrotada marina que ocupa la antigua dársena veneciana protegida por un castillo en cuya fachada se ve aún la figura del león alado de Venecia. Irakleio, bautizada en honor a Herakles desde que Creta forma parte de Grecia (año 1913), fue la antigua Candia otomana y veneciana, que se alzó sobre la ciudad fundada en el año 825 por los musulmanes andalusís que partieron al exilio después de una fracasada revuelta contra las élites árabe y bereber que dominaban el sur de la Península Ibérica; al llegar a Creta ocuparon un antiguo asentamiento bizantino y lo fortificaron con un castillo y un foso, bautizándolo como Rabd al Xandak (“El Castillo del Foso”), nombre que derivó en Candia cuando la isla fue reconquistada por los bizantinos en el año 965. Hoy, Irakleio es una ciudad algo caótica y poco armoniosa en la que las muestras arquitectónicas de la riqueza pasada conviven con modernos edificios y con un tráfico más que abundante.
Dia, un islote deshabitado situado a unas 10 millas al NE de la ciudad, ofrece algunos fondeaderos protegidos cuando soplan vientos del primer y cuarto cuadrante. Desde todos ellos, el espectáculo que ofrecen las cumbres del Psilorítis cubiertas de nieve es bellísimo.
Rethymno: la ciudad culta.
A medio camino entre el Psiloritis y las Montañas Blancas (Lefka Ori) se halla el puerto de Rethymno. Al entrar en el puerto la mirada se va hacia una imagen insólita, un viejo y altivo minarete que se alza en el corazón de la ciudad vieja y que destaca sobre el fondo de montañas nevadas recordando el pasado otomano de la isla, cuando una buena parte de la población practicaba la religión del islam. En el puerto hay una marina gestionada por el ayuntamiento que ofrece amarres en un rincón razonablemente protegido del mal tiempo.
Los cretenses, haciendo referencia al carácter de sus habitantes en las diferentes comarcas, dicen que “en Chaniá luchan, en Rethymno escriben, en Irakleio beben y en Lassithi…son unos cerdos”, como si la ferocidad disminuyera de oeste a este y la cultura tuviera un pico en esta ciudad. Es, en todo caso, un núcleo urbano acogedor que se levanta alrededor del viejo y minúsculo puerto veneciano, con callejones laberínticos y casas de color pastel que recuerdan su relación con la ciudad italiana y que tienen también detalles otomanos como las celosías que cubren algunos balcones.
De camino hacia poniente el fondeadero de Marathi, a la entrada del golfo de Souda, es un sitio espectacular y bien protegido excepto con SE, con unas vistas espectaculares sobre las Montañas Blancas, el macizo que domina la parte occidental de la isla, una especie de laberinto de tres docenas de cumbres de más de 2.000 metros culminadas por un pico de 2.450 metros.
Chaniá: espíritu veneciano.
Al pie ya de las Montañas Blancas, en la zona más occidental de la isla, nos acoge el puerto de Chaniá, la ciudad que mejor representa el largo periodo en que la isla estuvo bajo la dominación veneciana. La entrada al puerto, dejando por babor el faro veneciano y enfilando la dársena en la que aún se conservan las atarazanas venecianas, ofrece una imagen muy evocadora con un telón de fondo espectacular formado por el gran macizo montañoso que hace honor a su nombre al estar cubierto por una gruesa capa de nieve en plena primavera.
El viejo puerto es bastante seguro, sólo afectado por una incómoda y a veces peligrosa resaca cuando soplan temporales del cuadrante norte. La vieja ciudad, con un aire claramente veneciano, es una delicia y la ciudad nueva, más fea e impersonal, tiene una enorme vitalidad que la hace también acogedora.
Se alza sobre las ruinas de la Kidonia minoica, que se fundó en este sitio aprovechando la protección que daba una cadena de escollos, ahora incluidos en el rompeolas de origen veneciano. En el límite entre la ciudad vieja y la nueva, un bello mercado cubierto ofrece todo tipo de productos locales además de albergar algunas pequeñas y deliciosas tabernas.
Con el barco amarrado en puerto y sin previsión de vientos de norte fuertes, es una excelente idea adentrarse en el gran macizo montañoso que domina la zona y que constituye el refugio del alma cretense, el lugar donde aún se respira una atmósfera cultural pura y acogedora, aunque también dura y orgullosa.
La vieja ciudad veneciana de Chaniá es un buen punto para dejar la isla por popa arrumbando hacia el norte o hacia poniente, dejando atrás las Montañas Blancas y la gran isla., rumbo a otros destinos.