Malos tiempos para los amantes de la vela en nuestro país. Las cifras publicadas por ANEN, que reflejan las matriculaciones de embarcaciones hasta noviembre de este año y fueron difundidas el 3 de diciembre, son demoledoras: el descenso de matriculaciones de embarcaciones de vela ha caído un 19,5% respecto al año pasado.
Texto e ilustración: Isidro Martí Férriz
Pero lo dramático es el descenso en el año 2022, que fue de un… ¡38,4 %! Es decir, ha bajado casi un 20% en un año desde una cifra que ya había descendido casi un 40% el año anterior (en números redondos, fáciles de entender para un simple navegante como el que escribe estas líneas).
Hablando de marinos simplones, no hay que ser una lumbrera para digerir estas cifras, que ponen blanco sobre negro lo que ya sabíamos desde hace unos años. Cualquier aficionado que salga por placer o por trabajo al mar todos los fines de semana aprecia un fenómeno singular: no hay velas en el horizonte.
Con la crisis de la vela me pasa algo parecido a lo que ocurre con el cambio climático. Sin necesidad de sesudas consultas y análisis técnicos o científicos, los que tenemos una cierta edad vamos detectando cómo el clima —y la afición a la vela— están sufriendo drásticos cambios. Castañadas en manga corta, navidades soleadas y secas, veranos bochornosos con tornados a mediados de agosto, cuando lo habitual era que arreciaran un mes más tarde. Y, como el cambio climático, es un complicado debate diagnosticar el porqué de las causas.
Les he enumerado síntomas meteorológicos y ahora pasaremos a los que se refieren al pálpito de la vela. Si uno suelta amarras a una hora temprana en el litoral catalán, apreciará un fenómeno curioso: pequeñas embarcaciones a motor enfilando la bocana; cuando no están fondeadas, a la deriva o haciendo el curri. Son los pescadores deportivos. Los que están en el pequeño bar de Torredembarra tomando un café a las seis de la mañana, compartiendo cafés cargados con guardias urbanos o vigilantes de seguridad que empiezan o acaban un turno a horas intempestivas. Navegantes a vela, pocos o ninguno. Quizás un patrón de embarcación de escuela que realiza prácticas homologadas.
Faltan políticas de apoyo a la vela de base, la del aficionado sencillo que no suele ser competitivo.
La afición a la pesca me produce una sana envidia. Les confieso que nunca la he practicado por propia iniciativa, a pesar de que desde los veleros se pesca mucho al curri, por la velocidad, las largas travesías y el tiempo libre que produce este tipo de navegación. Cuando navego con aficionados, no me importa e incluso me distrae compartir la afición, ayudar a vigilar el sedal, colaborar en la subida del pez a bordo. Pero si navego solo o con tripulantes que no pescan, no invierto tiempo en colocar los sedales. Guardo recuerdos entrañables cuando, realizando mis prácticas en la Mercante, los esforzados marineros —y oficiales— pescaban al curri durante la travesía. Pero eso da para otro artículo.
La pesca ha ido sin duda a más. Hace 20 años, los cursos que impartía para Patrón de Yate y Capitán de Yate eran para navegantes a vela que preparaban o soñaban travesías a Córcega, Cerdeña y el lejano Caribe. Ahora aparecen por mis aulas los pescadores de altura, aficionados que salen disparados de sus trabajos para adentrarse en aguas profundas en busca de grandes peces.
La pesca ha ganado sin duda a la vela. Dos deportes, dos aficiones relativamente tranquilas, donde el contacto con la naturaleza es uno de los atractivos indudables para el estresado usuario que sueña con el mar.
Pero además hay otro grupo que nos ha pasado por encima. En el año 2024, hasta noviembre, se habían matriculado 1.541 motos de agua. Veleros: 265 matriculados. Las motos de agua representan, en 2024, el 31,6 % de las matriculaciones totales. Las motos de agua aguantan el descenso producido después del boom de la pandemia. Algún irredento optimista podrá decir que aquí no se computan las ventas de veleros pequeños —vela ligera— que no necesitan matriculación, frente a la obligatoriedad de las motos de agua. Mis amigos suelen acusarme de optimista, pero me temo que la realidad es pertinaz. No dispongo de cifras, pero la vela ligera y los pequeños veleros tampoco llenan nuestro horizonte de triángulos blancos. Excepto en grandes eventos de alta competición, los veleros ligeros no aparecen por nuestros mares. Las federaciones se han convertido en máquinas de fabricar medallas —que es lo que interesa a los políticos y los gestores— mientras han descuidado sin rubor la vela de base, la del aficionado sencillo, que no suele ser competitivo.
El regatista de vela ligera no competitivo no interesa a los clubes náuticos. Quieren ganadores, que traigan copas y resultados. Sólo hay que pasearse por los salones náuticos nacionales para ver que la oferta de pequeños veleros o de vela ligera no competitiva es nula. Hace ya muchos años me moría de envidia cuando visitaba el salón de París por razones profesionales y veía el ingente número de embarcaciones menores a vela para navegar, regatear, plantar una tienda de campaña sobre el catamarán y hacer camping náutico. En fin: Francia. ¡Qué les voy a contar!
Claro, ahora llega el cierre de este artículo donde usted, apreciado lector, ansía una respuesta a esta debacle, o quizás ni eso, porque, con toda la razón, le importa un pito la vela. Pero no lo creo, porque entonces no estaría leyendo estas líneas.
Particularmente, sin datos en la mano, creo que el error reside claramente en la falta de políticas de apoyo a la vela base. Los clubes náuticos han olvidado su función y obligación primera: promover que los chavales del pueblo salgan al mar y disfruten de la mágica sensación de moverse sin ayuda de un motor, apreciando la brisa en la cara y dominando una técnica milenaria que nos ha llevado a descubrir el mundo, la astronomía, los viajes y el comercio. Y no me refiero al descubrimiento de América. Me refiero al descubrimiento del mar; hablo de Grecia y Roma, de los fenicios, los árabes, los chinos… y los polinesios.
Los ayuntamientos costeros y colegios ignoran una tecnología de aprendizaje buena, bonita y barata que tienen a un tiro de piedra de sus aulas.
Otro día les hablaré de las pésimas políticas de la Administración de este país, que no sólo han ignorado la náutica como fuente de riqueza y empleo de calidad, sino que además la han colocado en la esquina de los pijos millonarios a los que hay que freír a impuestos. ¡Qué pena!
Sigue leyendo para conocer en detalle todo lo que descubrimos durante nuestra prueba o navega hacia estos otros increíbles barcos: