Desde que empecé a navegar detecté que los navegantes de crucero y los regatistas discurrían por rutas diferentes. Por una serie de razones que no vienen al caso, inicié mi afición al mar directamente en veleros de crucero, sin el paso previo de la vela ligera y la práctica de regatas en embarcaciones pequeñas.
Autor: Isidro Martí Férriz
Ilustración: Isidro Martí Férriz
En los barcos de crucero en los que ejercía de tripulante se mezclaban dos tipos de navegantes: por un lado los cruceristas, que se dedicaban o soñaban con hacer largas travesías, tomando la navegación como una filosofía de vida, una forma de ser, una escapatoria a un mundo que ya apuntaba a un futuro de tecnificación y competitividad agobiantes. Julio Villar era sin duda un referente en su biblioteca y su estado mental: un montañero que pasó directamente de los picos nevados a los vientos alisios del Atlántico, nuestro Moitessier de cosecha propia. Y por otro lado estaban los regatistas, navegantes que en su mayoría procedían de la vela ligera. Eran tipos o jóvenes muy buenos a la caña, trimando velas, sacándole la máxima velocidad al barco en cualquier condición.
Antes de que algún lector me saque la tarjeta roja, añadiré que por supuesto existía el navegante intermedio, el que participaba en regatas largas, Copas España de Cruceros, Admiral´s Cup, Fastnet o incluso oceánicas como la Transatlántica en Solitario o la Mini Transat. Pero creo no equivocarme si apunto que dichos perfiles se acercaban más al primer grupo que al segundo: sin renunciar a la competitividad, los regatistas de crucero tenían un punto bohemio en su forma de navegar, eran personas que, por supuesto procedían en su mayoría de clases medias altas, pero que tenían un espíritu que tendía a la escapada, a salirse del sistema. Mojarse, pasar frío en la litera, aguantar noches de temporal eran experiencias que les evadían de un mundo donde todo estaba ordenado, limpio y seco. Dichos navegantes de crucero apreciaban la presencia de expertos regatistas de vela ligera en sus barcos, pero sin duda estaban más cerca de un perfil aventurero que de uno Juegos Olímpicos. Un referente podía ser Eric Tabarly, un excelente regatista de crucero galo que provenía del ejército, sin una base de vela sofisticada, pero que era altamente competitivo. Su perfil físico se acercaba más al de montañero que al de regatista de la Copa América.
Después de muchos años de pisar cubiertas he de confesar que los dos extremos me merecen el mayor de mis respetos, pero sin negar unas diferencias muy claras en la forma de navegar y, por qué no decirlo, en su filosofía de vida. El crucerista compite en regatas y cuando acaba la competición está preparando el barco para pasar varias semanas con su familia y/o amigos en un crucero costero. Sueña o prepara con detalle una futura travesía del Atlántico, objetivo que ronda por la cabeza de la mayoría de navegantes de este perfil.
Por otro lado, el regatista puro ama al mar, pero en cuanto termina la competición desconecta y suele practicar otra afición nada relacionada con la náutica. Raramente realiza largos cruceros familiares, y si navega en un velero no soporta ver cómo la tripulación lleva las velas mal trimadas o el timonel se distrae y no lleva las dos lanitas del génova en un perfecto paralelismo.
No siempre se cumple la norma en ambos perfiles diferenciados y hay excepciones, pero creo no equivocarme si mantengo claras diferencias entre los dos grupos. Particularmente me siento más cercano al primer grupo, tanto por mis inicios como ya he explicado como por mi filosofía de vida. Me interesó de joven mucho más el libro ¡Eh, Petrel! de Julio Villar que el Reglamento de Regatas.
Pero no les negaré que guardo un gran respeto a las regatas y los regatistas. En una época donde no existían escuelas de crucero en España, la competición fue la única vía que encontré para aprender y perfeccionar mis burdos conocimientos técnicos sobre la vela. Además, en las regatas largas podía aprender navegación, cartas, el efecto del abatimiento y la deriva, y la fascinante combinación de táctica de regatas y estrategia combinada con las condiciones meteorológicas. En fin, un mundo inacabable que todavía no domino con soltura, pero que te prepara la mente para la competición, el esfuerzo y el respeto por el adversario.
Ahora que vuelvo a disponer de tiempo participo de nuevo en regatas y disfruto de ambas cosas: la navegación de crucero y la magia de sacar el mejor rendimiento a un barco frente a sus competidores. Además, ¿saben otra cosa?: la regata te obliga a navegar a vela y sólo a vela, evitando la tentación del crucero donde ponemos en marcha el motor a la menor excusa. Una regata dispone de tiempo límite, y hasta que no llegue ese tope se navega a vela. Todavía me fascina la magia de navegar íntegramente a vela 500 millas dejando las Baleares por estribor.
Si la navegación en general es una escuela de formación, podríamos decir que la de crucero te prepara para adaptarte a las circunstancias, aprovechar los propios recursos, respetar la convivencia en espacios reducidos y mantener una higiene física y mental tanto en cubierta como debajo de ella.
La regata te prepara en tierra para ser competitivo, aprender de los errores, trabajar en equipo, aceptar con humildad las victorias y, sobre todo, los fracasos. Conseguir la excelencia y la mejora continuada para un fin que tiene, nunca mejor dicho, una línea de llegada. Que tras cruzar dicha línea podemos relajarnos, sabiendo que hemos hecho todo lo que hemos podido, o que lo hemos intentado.
También te enseña la regata a retirarte a tiempo, que a veces la inteligencia consiste en no insistir en lo imposible. Que todo tiene arreglo. Hoy en día quizás no haya tanta diferencia entre los cruceristas y los regatistas, las bases se han ampliado muchísimo y la permeabilidad entre ambos grupos es mucho mayor.
El título de este artículo es “Navegar o competir”. La conclusión está fuera de toda duda, en la vida hay que navegar y competir, porque les aseguro que en tierra los temporales son más inmisericordes que en el mar, porque algunos llegan sin parte meteorológico que te avise, y los competidores no son regatistas amantes del mar.
Navegar es vivir y vivir es navegar, al menos para los que tuvimos la suerte de conocer este fascinante mundo del mar, de cruceros y regatas oceánicas.
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