Escapar de las multitudes. Ese era “El Plan”. Carlos Hacksaw tenía claro que este verano prepararía un crucero tranquilo con su pareja, Gemma.
Autor e ilustración: Isidro Martí Férrez
Queríamos estar tranquilos —me comenta Carlos. Los dos trabajamos actualmente de cara al público, con responsabilidades estresantes y descartamos los fondeaderos abarrotados y los puertos con exceso de ocupación. La navegación sería del 14 al 21 de agosto, cuando media Europa y parte del extranjero decide que fondear en Illetes, en las Baleares, o en la Costa Brava es un planazo.
¿Qué hacer entonces? Yo había navegado por las Columbretes en diversas ocasiones, en regatas con tripulación, incuso en doble con un First Class 8. Llegábamos, las virábamos lo más rápido posible y volvíamos pitando a buscar la línea de llegada. Incluso había realizado una inmersión en sus maravillosas aguas, desde una motora que partía de Alcocéber. Pero fue casi como en regata: llegar, al agua y volver, porque el parte pintaba mal. Las islas son muy interesantes, de formación volcánica, con una historia digna de una novela. Dicho y hecho: el parte pinta bien, por lo que decidimos salir rumbo directo a Illa Grossa, donde se han habilitado unas boyas especiales para preservar el parque natural. Diversos amigos me comentan que es fácil encontrar boya, pero dadas las fechas, tenemos nuestro punto de duda. La aventura es la aventura.
Barco equipado, todo estibado, tanques de agua llenos, sólo nos queda cargar combustible y poner proa a las Columbretes. Justo antes de abandonar el amarre, un crucero de vela de 40 pies intenta atracar cuatro amarres más allá de donde estamos. El marinero, al ver que se ha pasado de largo, le dice al patrón que amarre en el hueco que queda a nuestro costado de babor. El patrón, decidido, prepara la maniobra con exceso de velocidad. Detecto que su hélice es dextrógira y que al dar marcha atrás su popa cae a su babor. Justo donde estamos nosotros. El marinero le suplica que meta timón a estribor y obviamente, hace lo contrario, abalanzándose a toda máquina sobre nuestro espejo de popa. Casi nunca alzo la voz en el mar, y esta vez lo hice, vaya si lo hice. Le grité que diera todo avante para detener la arrancada y evitar el desastre, a la vez que salté sobre el espejo y frené con los dos pies el exceso de velocidad que aún llevaba. Su popa quedó a milímetros de la nuestra. Con nuestra ayuda y a poca máquina logró amarrar a nuestro costado.
Ni siquiera nos miró. Ni “Gracias”, ni “Discupas”. Cabos a tierra, cobrar del muerto y a otro cosa mariposa, que los gin tonics se calientan. Nosotros, como dos pasmarotes, a menos de dos metros. El marinero, refunfuñando, pero, claro, ya ha visto de todo.
Antes de salir casi nos amargan el viaje. Amarrados. Todos cometemos errores, pero no soporto la mala educación y, lo que es peor, se creen tan buenos que no van a aprender nunca. Aquel tipo cometió tres errores de libro: desconocer la caída de su popa marcha atrás, maniobrar con demasiada velocidad y la falta de prudencia: si no sabes, amarra de proa. El notas, el campeón no lo sabía y no lo sabrá nunca. Porque no le importa. Porque no tiene vergüenza.
Crucero Práctico. Diecisiete milibares en quince horas
Esperamos a que finalizara la maniobra, soltamos nuestras amarras e iniciamos nuestro crucero.
En los siguientes días, ya relajados, nos comunicamos con diversos amigos y nos enteramos del incidente de Mercedes Milá en el puerto de Mahón. Al parecer, la reconocida periodista, se queda sin combustible dentro del puerto y , tras casi dar contra las rocas —se aprecia en una foto publicada por ella misma— es remolcada por un amigo sana y salva. Es evidente que por suerte no hace viento en las aguas interiores del puerto y las piedras no representan un peligro inminente.
Una vez más, entiendo que todos cometemos errores y me alegro de que la cosa acabara bien. Pero no salgo de mi estupor cuando la señora Milá empieza explicando que se ha quedado sin gasolina porque no había en la gasolinera y, a pesar de todo, han salido “a dar una vuelta por el puerto.” Para ella, apenas un pequeño detalle sin importancia.
El puerto de Mahón tiene más de tres millas de longitud.
No contenta con confesarnos su “pequeño error”, se queja de que nadie le ha venido a ayudar, desconociendo las leyes del mar de obligada ayuda, y que el 90% por ciento de los que entran y salen del puerto de Mahón son unos “pedazos de cazurros”. Esta afirmación es literal.
Aquí Carlos Hacksaw se toma un respiro. Pide otra cerveza. Se lía un cigarrillo. Busca la pipa, infructuosamente. Cuenta mentalmente las millas hasta Nueva Zelenda, y prosigue:
¿Tengo que enumerar uno por uno todos los errores que cometió la señora Milá como patrona de su embarcación y responsable de su sobrina que la acompañaba, además de su mascota? Mejor dicho, no es que cometiera errores, es que no hizo ni una sola cosa según las normas más básicas que aplicamos TODOS LOS CAZURROS DEL MAR. ¿Hay que explicarle que el 99% de los patrones que navegaban aquél día por el puerto de Mahón llevaban el suficiente combustible como para no quedarse al pairo? ¿Para poder ir y volver a su amarre? ¿Que todos disponen de un ancla para fondear en caso de que se les pare el motor y no abatir hasta las rocas? ¿Qué todos conocen las señales, por radio, acústicas, luminosas, que hay que hacer cuando necesitas ayuda? ¿Hay que explicarle que en caso de que vean u oigan esas señales todos saben perfectamente cómo actuar y acudir en su ayuda?
Todo esto se lo disculpo a la señora Milá. Apuró y tuvo un mal día. Se puso nerviosa y llamó por teléfono a un amigo para que la remolcara. Lo que no entiendo es que insulte, que lo publique, porque me recuerda el chiste del que oye por la radio el aviso de un conductor que va por la autopista en contra dirección, y se dice: ¿Uno? ¡Van todos en contra dirección…! Habría que reflexionar quién es el verdadero pedazo de cazurro, el mal educado, el que nunca aprenderá porque se cree superior, el que nunca se equivoca. El o la, que le puede la soberbia.
¿Qué cómo fue el crucero por las Columbretes? Maravilloso. Encontramos boya. Los guardas muy amables y el agua, cristalina. Carlos encuentra la pipa y se la enciende. Pide otra cerveza.
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