Texto y fotos: Anna Bozzano
Seguramente los inventores del plástico se asombrarían al saber que poco más de 100 años después, 171 billones de fragmentos de derivados de esa resina, del peso total de 2,3 millones de toneladas, flotarían en los océanos de todo el mundo.
En 1870, John Wesley Hyatt inventó el celuloide, un material maleable y resistente, como alternativa a las bolas de billar de marfil, para reducir la caza de elefantes. Sin embargo, el celuloide resultó altamente inflamable y no tuvo éxito en ese aspecto.
En 1907, el químico Leo Baekeland utilizando formaldehído y fenol, creó la bakelita, una resina sintética plástica termoestable, que evitó el uso de cochinillas laca en la fabricación de sustancias aislantes.
Ambos se sorprenderían sabiendo que estos descubrimientos, destinados a limitar el uso de fuentes naturales provocarían consecuencias ambientales y que, poco más de 100 años después, 171 billones de fragmentos de derivados de esa resina, del peso total de 2,3 millones de toneladas, flotarían en los océanos de todo el mundo.
¡Plástico! Una palabra entrada en nuestra cotidianidad desde 1925 y generada para referirse a un material lleno de virtudes que ha mejorado notablemente nuestra calidad de vida: barato, ligero, estable, dúctil y maleable, aparentemente imposible de degradar. Un material “infinito”, así que su producción aumentó de forma exponencial desde la Segunda Guerra Mundial. Y mientras tanto en 1931 aprendimos la palabra PVC, en 1938 nylon y plexiglás y en el 1954 polipropileno.
Añadimos que muchos plásticos están recubiertos de sustancias ignifugas para reducir su inflamabilidad y así tenemos un coctel contaminante perfecto. ¡Y además no lo vemos! Porque de los dos camiones de plástico que se vierten al mar en cada minuto a nivel mundial, el 80% alcanza grandes profundidades. El resto se queda en la columna de agua y bajo el efecto de la radiación solar, el oleaje y la biodegradación, empieza a descomponerse en piezas pequeñas constituyendo el tan conocido microplástico, término acuñado en 2004 que se refiere a piezas de dimensiones menores de 5 mm.
Recientes estudios llevados a cabo por el Instituto de Ciencias del Mar (CSIC) han demostrado que la degradación del plástico en el mar podría contribuir a la ya maltrecha situación de la acidificación de los océanos. Mientras tanto, los residuos que se han ido hasta el fondo marino interactúan con la fauna marina bentónica. Unos investigadores irlandeses descubrieron que la cigala (Nephrops norvegicus) —sí, la que nos gusta tanto en la paella o salteada al ajillo— tritura su alimento antes de ingerirlo. Si una pieza de plástico está cubierta por organismos comestibles, la cigala lo triturará hasta las dimensiones de pocos milímetros para ingerirlo transformándose sin querer en vehículo de generación de microplástico.
¿Entonces comemos plástico cuando incluimos productos del mar en nuestra dieta? Afortunadamente los beneficios nutricionales de la proteína marina son aún muy superiores a los posibles daños por ingesta de sustancias contaminantes y realmente aún no existen estudios exhaustivos sobre los efectos de la ingesta de plástico marino, ya que es difícil encontrar una causalidad debido a la gran cantidad de productos químicos a los que estamos constantemente expuestos en nuestra vida. Aun así la ciencia ya ha descubierto que derivados plásticos son capaces de pasar la barrera hematoencefálica de mamíferos marinos y podrían interactuar con el sistema endocrino, comprometiendo el crecimiento y la reproducción.
¿Qué hacer entonces?
La realidad es que se está estudiando desde hace unos años como eliminar el plástico del mar o por lo menos reducir su presencia. Existen tecnologías avanzadas de sistemas de recolección y limpieza como el Boyan Slat’s Ocean Cleanup un barco recolector que, moviéndose con energía solar y eólica, utiliza una combinación de boyas y redes para retirar los desechos plásticos del océano.
El mundo científico está focalizando su atención sobre el buen apetito de la Ideonella sakaiensis, una bacteria capaz de digerir el PET que abrió una nueva línea de investigación para estudiar el comportamiento de unos enzimas digestivos desconocidos hasta entonces. Y así se pudo observar que un insecto llamado gusano de la cera (Galleria mellonella) puede degradar el PET rápidamente o que la bacteria Pseudomonas putida, puede degradar el tolueno o el estireno, y podría ser utilizada para transformar algunos tipos de plásticos en plásticos biodegradables. Y finalmente, unos científicos australianos descubrieron este año que una forma común de moho (el hongo Aspergillum terreus) es capaz de descomponer completamente el plástico en poco más de cuatro meses abriendo posibilidades de aplicación en los vertederos.
Teniendo en cuenta que el reciclaje no es suficiente para resolver el problema de la contaminación plástica marina y que los cambios en patrones de consumo por parte de la población son procesos totalmente necesarios pero lentos, nos queda apelar a la propia naturaleza y apostar por la ciencia y la investigación para que el mar sea un bien y una responsabilidad de todos.