Conocer la posición del barco en todo momento es una de las virtudes de un buen patrón. El GPS ha convertido la exigencia en un juego de niños, pero es necesario saber situarse también cuando este instrumento de navegación se avería. KIKO CUSÍ
Hemos visto, en meses anteriores, cómo para llegar a nuestro destino debemos estudiar la carta náutica, trazar la ruta sobre ella, comprobar que esta ruta está exenta de peligro y calcular finalmente el rumbo al que debe apuntar nuestro compás para llegar a buen puerto. Pero con esto no basta para llegar a nuestro destino. Es necesario, además, que durante la travesía comprobemos que realmente seguimos la ruta prevista. Para ello, hay que saber calcular nuestra posición y anotarla sobre la carta, tanto si nuestro GPS funciona, como si éste deja de dar nuestras coordenadas.
Si navegamos cerca de la costa, calcular la propia posición es muy sencillo. Tenemos a la vista una serie de puntos de referencia sobre los que basarnos. Si, en cambio, hemos emprendido una navegación de altura, no nos quedará más remedio que echar mano del sextante para preguntar al sol dónde estamos. No nos espantemos, que no es tan difícil como algunos quieren hacernos creer. Es sólo cuestión de unas cuantas sumas y restas, además de un poco de práctica con el sextante en la mano.
Pero empecemos por el principio, que es navegar con la costa más o menos a la vista. ¿Avanzamos tanto como nos indica la corredera, o alguna corriente nos hace correr más o menos de lo que habíamos previsto? ¿O, más importante, esa corriente nos está apartando de nuestra ruta? En este caso, ¿hay algún peligro que nos obligue a tomar alguna precaución suplementaria?
¿Cómo podemos contestar a estas preguntas? La comprobación de la posición y su anotación en la carta y en el cuaderno de bitácora deben convertirse en una rutina de toda tripulación. Con la generalización del GPS, esta necesidad se ha simplificado tanto –sobre todo, al tener nuestra posición actualizada siempre al alcance de la vista– que hemos perdido la conciencia de la importancia de estas anotaciones. Y siguen siendo necesarias, porque nunca sabemos en qué momento pueden agotarse las pilas de nuestro precioso instrumento, o éste dejará de funcionar por cualquiera de los misterios de la electrónica. Por muy fiables que sean estos aparatos, todos los instrumentos electrónicos acaban fallando, sobre todo en un ambiente marino.
La función básica del GPS es proporcionarnos nuestras coordenadas, de manera que no tenemos más que introducir nuestra latitud y nuestra longitud en la carta. Junto a esta posición anotaremos siempre la hora y la lectura de la corredera.
Si lo preferimos, el GPS puede darnos el rumbo y la distancia a cualquier punto que le indiquemos. Es una forma seguramente más rápida de anotar nuestra posición en la carta: introducimos el centro de la rosa de los vientos como waypoint y pedimos al GPS la distancia y rumbo verdadero a este punto. Sumamos o restamos 180º y con este resultado trazamos una recta desde el centro del compás de la carta. Basta entonces trasladar la distancia que nos ha dado el ordenador para saber dónde estamos.
Otra función muy útil del GPS es la de cross track error (el nombre cambia según el modelo que utilicemos). De esta manera averiguamos de inmediato si nos estamos desviando de la ruta previamente trazada, hacia qué lado y cuánto. Así podemos darnos cuenta inmediatamente, por ejemplo, de si una corriente nos desplaza lateralmente o de si estamos abatiendo más o menos de lo que esperábamos.
La posición sin GPS
Es evidente que el GPS ha simplificado muchísimo los cálculos de navegación. Pero aunque a veces nos parezca imposible, durante mucho tiempo hemos navegado sin estos maravillosos aparatos. Y también éramos capaces de averiguar dónde estábamos, darnos cuenta de si nos estábamos apartando de nuestra ruta, o no, y corregir el rumbo para llegar al punto que deseábamos.
Todos estos conocimientos siguen estando al alcance de la mano de quien quiera aprenderlos y usarlos, que es la mejor manera de no olvidarlos. Es cierto que es mucho más cómodo anotar lo que nos dice esta maravilla que cabe en la palma de nuestra mano llamada GPS. Pero de vez en cuando hay que desempolvar el compás de marcaciones y afilar el lápiz. Con la gran ventaja añadida de que ahora podemos confirmar o desmentir inmediatamente la certidumbre de nuestros cálculos. Es la mejor manera no sólo de aprender, sino también de mejorar nuestra destreza en la navegación costera.
El compás de marcaciones ha sido, y debería seguir siendo, un instrumento básico en la navegación costera. Algunos modelos de este instrumento son muy manejables; tanto, que apenas pesan y caben sobradamente en el bolsillo, o pueden incluso colgarse del cuello sin que molesten en absoluto.
Pese a ello, la reina de la navegación costera es la alineación: consiste en fijar nuestra posición cuando vemos en línea dos puntos que tenemos identificados en la carta; o, incluso mejor, cuando conseguimos estar en la línea establecida por dos objetos colocados expresamente como ayuda a los navegantes. Éste es el caso, por ejemplo, de determinados faros o boyas que facilitan la entrada en algunos puertos o pasos especialmente difíciles.
En el caso de conseguir una alineación, sabemos que nosotros estamos en algún lugar de la prolongación de la línea que une los dos puntos observados (ver gráfico 1). La cuestión será determinar a qué altura de esta recta nos encontramos.
Tres marcaciones simultáneas
Como es casi seguro que no lograremos otra alineación simultánea, será el momento de echar mano del compás de marcaciones. Con este compás lo que hacemos es tomar la demora de distintos puntos que tenemos identificados tanto en la realidad como en la carta. Transformamos las demoras obtenidas en rumbos o demoras verdaderos (lo que leemos en el compás son, evidentemente, rumbos de aguja, por lo que debemos sumarles la corrección total, con su signo correspondiente), y finalmente sumamos o restamos 180º a la cifra obtenida.
El siguiente paso consiste en sentarse delante de la carta y trazar estos rumbos desde cada uno de los puntos observados (tras sumarles o restarles los 180º, como hemos indicado, pues dibujamos la recta opuesta a la de nuestra observación). Nosotros debemos encontrarnos en algún lugar de cada una de estas rectas. Si todas estas observaciones han sido hechas simultáneamente —o con una pequeñísima diferencia de tiempo, despreciable en función de nuestra velocidad—, nuestro barco se encontrará en el punto en el que converjan las distintas rectas trazadas (gráfico 2).
La exactitud de nuestro cálculo dependerá de varios factores. Ante todo, claro está, de la fiabilidad de nuestras observaciones y de nuestro compás. Después, del rigor con el que hayamos realizado las operaciones aritméticas. Y finalmente de la bondad de la elección de los puntos observados.
Detengámosnos en este último factor. ¿Acaso hay puntos mejores para tomar una marcación que otros? La respuesta es un sí rotundo. Es más, lo ideal es elegir tres puntos que cumplan dos requisitos: que estén relativamente cerca de nosotros y que formen entre sí ángulos de 60º.
Una observación a un punto cercano es siempre más fiable que la tomada a uno lejano por la sencilla razón de que un pequeño error multiplicado por una distancia grande se convierte en la carta en una diferencia más importante que este mismo pequeño error multiplicado por una distancia pequeña.
El segundo requisito de los puntos de marcación ideales es que formen entre sí un ángulo cercano a los 60º (si son tres) o de 90º si sólo disponemos de dos. La razón es obvia: con estos ángulos de corte de las distintas rectas limitamos al máximo la repercusión que un pequeño error pueda tener en el cálculo de nuestra posición.
No debemos preocuparnos si, pese a todas estas precauciones y a la aparente bondad de nuestras observaciones, las tres rectas no confluyen en un mismo punto. Es lo más habitual, incluso en marcaciones tomadas por profesionales desde la comodidad del puente de mando de un buque mercante. Lo normal es que las tres rectas formen un pequeño triángulo. Nosotros consideraremos que nuestra posición es el punto medio de este triángulo.
Demoras no simultáneas
La realidad, sin embargo, no suele ser tan fácil: no siempre disponemos de tres puntos de observación, identificados en la carta, no excesivamente alejados y que formen entre sí unos ángulos cercanos a los 60º. En numerosas ocasiones podemos darnos por satisfechos si podemos situarnos mediante dos marcaciones simultáneas a dos puntos distintos. Si además las dos demoras hacen un ángulo cercano a los 90º y los puntos observados no están muy lejos, conseguiremos una posición muy fiable.
Pero las cosas en la práctica tampoco acostumbran a ser así. Es mucho más habitual tener que conformarnos con un solo punto al que poder tomar una marcación. ¿Cómo podemos entonces saber dónde estamos?
Lo primero es tomar la demora al punto elegido (o accesible), anotarla en un papel junto con la lectura de la corredera, el rumbo que seguimos, nuestra velocidad y la hora.
Al cabo de un rato, tomamos una segunda lectura, a este mismo punto o a otro distinto, y anotamos los mismos datos.
Tenemos básicamente cuatro datos: dos marcaciones (al mismo punto o a dos puntos distintos), un rumbo que hemos seguido y una distancia que hemos recorrido. La forma de proceder es básicamente la misma tanto si usamos un solo punto de observación o si las demoras las efectuamos a dos puntos distintos (gráficos 3 y 4).
Desde el punto de la primera marcación trazamos nuestro rumbo y la distancia que hemos recorrido entre las dos observaciones; y desde el punto de la segunda marcación trazamos la recta opuesta a la lectura (corregida como rumbo verdadero) que hemos realizado.
Sólo nos queda trazar la recta opuesta a la primera observación. Pero esta recta no la trazamos desde el punto observado, sino desde el punto de la distancia recorrida. El lugar donde esta recta de la primera observación se cruza con la de la segunda observación es el lugar donde nos encontrábamos en el momento de realizar esta segunda marcación.
Si queremos comprobar que realmente hemos navegado sobre la ruta prevista, podemos trazar la recta recorrida entre ambas observaciones: desde el punto de nuestra posición en la segunda marcación, trazamos el rumbo opuesto al seguido; dibujamos también la recta opuesta a nuestra primera demora desde el punto observado. El punto en que se cruzan ambas rectas era nuestra posición en el momento de la primera observación. Y obviamente hemos recorrido la línea que une este punto con el de nuestra posición en la segunda observación.
Observaciones astronómicas
Lejos de la costa perdemos las referencias que nos permiten conocer nuestra posición. Cuando dejamos de ver los faros de noche, sólo nos queda el goniómetro, un instrumento que con la aparición del GPS ha caído claramente en desuso.
Se trata de una radio que capta las señales que emiten los radiofaros y que, al mismo tiempo, nos permite determinar el rumbo en el que se encuentra el emisor. Este rumbo lo tratamos sobre la carta como si fuera una marcación a tierra.
Sin embargo, si nos seguimos alejando de tierra dejamos de percibir incluso estas señales radiofónicas. Es el momento de echar mano de los astros y usarlos como punto de referencia.
Para ello necesitaremos un sextante y un reloj fiable. Porque lo que vamos a hacer es usar los astros —básicamente el sol— para tomarles una marcación en un momento que debemos determinar con cierta exactitud. Conocido el ángulo en el que se encuentra este astro respecto del horizonte y la hora de la observación, una serie de tablas nos darán un azimut (el equivalente a la marcación). La perpendicular a este azimut es la que dibujaremos sobre la carta.
Lo mejor que podemos hacer es desmitificar el sextante: ni el instrumento es tan difícil de usar —se trata de capturar el sol y trasladarlo hasta la línea del horizonte— ni los cálculos aritméticos plantean grandes complicaciones. Es más: incluso hay calculadoras que efectúan todas estas operaciones.
Cómo tomar una marcación
Ya hemos visto que la fiabilidad de las marcaciones depende de la distancia de los objetos observados, pero también de la exactitud de nuestras observaciones. Y esta exactitud tiene mucho que ver tanto con la calidad del compás como de nuestra manera de utilizarlo.
Siempre me ha llamado la atención la rapidez con la que algunos quieren obtener lecturas de un compás, sin tener en cuenta que estos instrumentos necesitan al menos unos segundos para estabilizarse después de sufrir un cambio brusco de posición.
Por ello, la forma correcta de tomar una marcación es apuntar aproximadamente el compás hacia nuestro objetivo, dejarlo así unos segundos hasta que la rosa de los vientos se estabilice. Sólo entonces apuntaremos la visual al objeto observado y finalmente leeremos el rumbo de aguja que nos marca el compás.
De esta manera, evitaremos cansar excesivamente el brazo y la vista (si pretendemos leer el compás cuando aún no está estabilizado, forzaremos los ojos inútilmente), lo que redundará directamente en la exactitud de las marcaciones.