Nandu Muñoz, in memoriam
Navegar es necesario no porque lo diga la frase atribuida por el historiador griego Plutarco al general Pompeyo: Navigare necesse est, vivere non necesse. No voy a alardear de erudito. Navegar es necesario porque llegará un día en el que ya no podremos hacerlo.Texto e ilustraciones de Isidro Martí
No éramos amigos. Eso no quiere decir que fuéramos enemigos, en absoluto. Me refiero a que no éramos íntimos, a que coincidimos en diversas ocasiones, alternamos guardias, navegamos juntos mil quinientas millas, compartimos algún temporal, bastantes cervezas y charlas agradables, pero no entablamos una amistad profunda. Pocas coincidencias, pero transitando derroteros similares. Bueno, él fue mucho más lanzado, pionero, y se cepilló miles de millas más que yo.
Conocí a Nandu en la Segunda Regata Transmediterránea, en marzo de 1984, desde Francia a Alejandría y vuelta. Él ya había participado en la Whitbread del 81 a bordo del Licor 43, donde desarbolaron dos veces y a pesar de todo finalizaron la regata. Con aparejo de fortuna. Con un par. Sí, un par de aparejos organizados con botavara, tangones, restos de jarcia y trozos de palo. Pónganse ustedes a hacerlo en las latitudes 50, con mar arbolada y un frío que pela. Fácil.
Tuve la suerte de sustituir a otro tripulante y me embarqué en Alejandría con destino a La Grande Motte, en el sur de Francia. Mes de marzo en el Mediterráneo, donde nos zampamos algunas rascas. Tengo grabada la imagen de Nandu encaramado en la botavara arriando la mayor con parsimonia para tomar un rizo más que necesario.
Navegar es necesario porque cuando soltemos amarras por última vez es todo lo que nos vamos a llevar. Recuerdos, vivencias, experiencias que transmitimos a otras personas, a otros navegantes. En marzo de 1984 Nandu tenía 27 años, pero, como les ocurre a muchos navegantes, tenía un carácter y personalidad de perfil más experimentado. Su forma de actuar, con movimientos seguros en una posición incómoda, dando sencillas directrices al caña para que orzara levemente para facilitar la maniobra, más algún comentario adicional al piano y a la escota de mayor, transmitían seguridad y confianza. Sin duda era un marino que había realizado aquella operación en océanos ignotos, en condiciones mucho peores.
Navegar es necesario porque queremos vivir esas situaciones, y salirnos airosos, porque compartimos maniobras delicadas con otras personas en las que confiamos, y además de ganar una regata, queremos vivir condiciones reales rodeados de naturaleza.
Es necesario porque es más interesante que ver la tele, o series, o teléfonos móviles. Por no hablar de los videojuegos. Es imprescindible todavía más ahora que el personal navega en la red. Internet. Es una puñetera red que no engaña. Su nombre lo avisa: red, donde quedamos atrapados como peces de cerebro reducido boqueando.
Nandu, además era médico, y además, acupuntor, entre otras especialidades que desarrolló a lo largo de su carrera: medicina subacuática e hiperbárica y medicina osteopática. Tuve la suerte de librarme de sus agujas porque no padecí incidencias médicas en la travesía, pero todavía veo a otro tripulante en la litera mientras le colgaban algunas agujas colocadas por Nandu. No se apuren: funcionaba.
Creo que Nandu era un navegante que practicaba la medicina, y no lo digo por minusvalorar sus conocimientos de galeno, todo lo contrario. Una extensísima carrera médica le avaló el resto de su vida. Lo digo porque en los curiosos encuentros que tuve con Nandu, uno de ellos fue en Andorra. Por razones profesionales ambos coincidimos en una cena de un Club Náutico Montañés. Él llevaba una temporada allí ejerciendo de médico y yo daba cursos de náutica a inquietos esquiadores y banqueros despistados. Lo mejor vino cuando, apurando la última copa, mirando ensimismado por un ventanal en plena noche, Nandu me señaló un corrido de luces en la ladera de la montaña de enfrente y afirmó sin pestañear: ¿Verdad que es una imagen idéntica a la de una entrada nocturna a puerto?
Y ahora me pregunto: Nandu, ¿Qué diablos hacíamos los dos a miles de metros de altura sobre el nivel del mar? Por suerte ambos solucionamos el asunto y en cuestión de meses estábamos más cerca del agua salada.
A Nandu se lo ha llevado una enfermedad de desarrollo rápido y casi sin avisar, pero aunque odie que suene a tópico, al menos se lleva en sus botas dos vueltas al mundo, la del 81 con el Licor 43 y la del 89 con el Fortuna Extra Lights, pero es que además no se estuvo quieto antes, durante y después. Quiero decir que navegó mucho y bien, estuvo más tiempo encima del agua que cortando el césped.
Me llevo otro gran recuerdo de él cuando en el año 2011 la organización de la regata Volvo convocó a barcos y tripulantes veteranos en el puerto de salida, Alicante, organizando unas regatas costeras con cena incluida. Nandu convenció a Quino Quiroga para traer su barco, el Fisher and Paykel, desde Canarias. La ilusión de ambos nos arrastró a muchos participantes españoles a bordo del maxi. La empatía de Nandu consiguió reunir a bordo a tantos vueltalmundistas que la “International Association of Capehorners” distinguió a la tripulación como la del barco que había reunido más “cabohorneros” de la flota.
Navegar es necesario no para que te den premios. El premio es llegar sanos y salvos, barco y tripulación, al puerto de destino. Vivir para contarlo, porque el reloj va muy rápido, el mundo gira cada vez más acelerado y el tiempo límite de la regata de la vida se acerca cada vez más.
Gracias Nandu por lo que nos enseñaste a muchos, por lo que curaste a otros, pero, sobre todo, gracias por mantener esa sonrisa perenne en tu cara que desafiaba viento y marea. A todos nos llegará la hora, y a ti te ha llegado joven, pero al menos has navegado mucho y bien, dejando tras de ti una enorme estela náutica, médica y humana. Algunos navegantes creen que los marinos se reencarnan en albatros, otros en delfines. Yo no creo demasiado en esas cosas, sobre todo porque no soy supersticioso y eso trae mala suerte. Estuviste allí, planeaste esas olas y paseaste tu vista siguiendo el misterioso planear de las salvajes aves australes. Hiciste lo necesario, y eso no se lo llevará nadie.