¿Por qué la vela sigue siendo un deporte mal visto en España? ¿Dónde nos hemos equivocado? ¿Todavía hay esperanza? Una reflexión al respecto. ISIDRO MARTÍ.
Días atrás, “navegando” por las redes sociales, topé con una presentación de Ellen MacArthur. Me impresionó su brillantísima exposición, la forma impecable de sus explicaciones, cómo mantenía al público hipnotizado relatando sus navegaciones en el Índico Sur. Conseguía describir de una manera cinematográfica el esfuerzo, el riesgo, la locura de planear a ciegas entre olas salvajes. Y la posterior redención, la placidez que inunda al navegante cuando pasa el temporal y está rodeado de uno de los paisajes más impresionantes del mundo. El mar, el océano, las aves indómitas, los albatros, el amanecer esperanzador.
Sentí una sana envidia escuchándola. No era envidia de sus éxitos como navegante o del reconocimiento en su país y en el mundo. Se merece esto y más. Tuve envidia de la presentación, del guion, de cómo relacionaba la navegación con la vida, el esfuerzo, los sueños y la empresa. Las caras del público transmitían fascinación no solo por el personaje, también lo hacían por la historia. Ellen MacArthur ponía ejemplos cotidianos —conducir un coche a toda velocidad bajo la lluvia, sin parabrisas ni luces— que metían literalmente a los oyentes dentro de su barco, a su lado, en las latitudes australes. El Reino Unido es un país que bebe no solo de Shakespeare, también lo hace de Conrad, por eso la situación me recordó a su libro El Espejo del Mar, memorias del escritor donde mejor se describen los temporales, la desazón y las vidas sencillas de los marinos. En la presentación de MacArthur, en su texto y frente al público, se respiraba el espíritu de los dos gigantes de la literatura. El ruido y la furia. El ser humano y la Naturaleza como metáfora de la vida.
La navegante inglesa no salió al escenario a improvisar una presentación, explicar una batallita y luego expresar su preocupación por el medio ambiente. Hizo una presentación impecable, con un guion brillante, y la puesta en escena estaba estudiadísima, largamente entrenada y trabajada. Los anglosajones y sus universidades valoran mucho la capacidad de comunicar, de expresarse, y cuidan las exposiciones al máximo. MacArthur fue, durante la presentación, una estrella.
No hace mucho vi una entrevista del navegante Alex Pella en el programa La Resistencia. Pella es un excelente regatista oceánico que se codea con la élite mundial, de tú a tú con reconocidos navegantes galos. De lo mejor que tenemos en nuestro país. Como muchos navegantes, no es precisamente el rey de la comunicación, pero estuvo educado, humilde e intentó ser pedagógico. No lo consiguió: el presentador y sus ayudantes no sólo no ayudaron, sino que lo colocaron en una posición que rallaba la ridiculización y el desdén desde el principio hasta el remate final del programa. Yo me revolvía incómodo en el sofá, mientras Alejo, el hijo veinteañero de mi amigo Carlos, me comentaba que es bastante común en este programa “fastidiar” al entrevistado con un humor ácido. Así lo interpreté, pero no me quedó buen cuerpo. Otra oportunidad perdida —pensé— además de lamentarlo por Pella.
Semanas después, el mismo programa y equipo entrevistaban a El Drogas, reconocidísimo músico ex líder del grupo Barricada. Entrevistador y equipo no sólo no estuvieron ácidos, sino que les costaba disimular su fascinación por el personaje, que recordaba románticas historias de amor en su juventud en noches salvajes mientras estaba rodeado de contenedores urbanos quemados. Vi el programa solo, sin un joven a mi lado con quien poder debatir. Nada que ver con el de Pella. Ni ironía ni sarcasmos: allí nadie se atrevió con El Drogas. Cómo atreverte con alguien al que admiras. Hasta el músico del programa lucía el mismo pañuelo en la cabeza que el del cantante.
En el programa anterior no quise ejercer de corporativista defendiendo a Pella, pero tras ver la entrevista a El Drogas se me aparecieron los viejos fantasmas. No hemos avanzado nada en 35 años. Los verdaderos héroes son los que consumen drogas y lo explican. Los que besan a su chica entre olores a plástico de contenedor quemado. Esa es la verdadera aventura, la acción que fascinaba al presentador del programa. Pura adrenalina.
Vuelvo a MacArthur. Ellos tienen a Shakespeare y Conrad, pero a nosotros no nos faltan gigantes de la literatura. Ellos enseñan en sus universidades a comunicarse, a que la presentación es fundamental. También enseñan el respeto, la curiosidad. Incluso que lo británico es importante. Hasta han hecho creer a millones de ingleses que Francis Drake fue el primero en dar la vuelta al mundo. Lo importante no es lo que haces, es cómo lo comunicas, cómo lo explicas. Que el resto del mundo se lo crea. Que nos lo creamos todos.
No quiero quedar como un mojigato: me gustan los programas de humor, el sarcasmo, lo absurdo. He consumido muchas noches, música transgresora y viví la Barcelona “underground” que en Madrid se dio a llamar Movida. Soy de la generación de El Drogas. No he sido toda la vida un angelito. Esa época generó a grandes músicos, artistas y cineastas españoles. Algunos han triunfado por el mundo. Y lo celebro. De El Drogas en concreto no soy muy fan, es un personaje interesante que decidió seguir un estilo de vida que no creo demasiado recomendable para la juventud actual, aunque lo respeto.
Lo que me molestó fue la actitud de los entrevistadores con Pella: les fue fácil dejarlo casi como un friki, el niño repelente de la clase. En definitiva, el raro, porque quedaba mal dejarlo como pijo. En cambio, programas después, El Drogas pasó a ser un tipo interesante, colega, de los nuestros. ¿Quién se acuerda de un tipo que da vueltas al mundo, que se juega la vida como los montañeros de riesgo, respetado en la vela de élite mundial? Quita, quita, no vaya a ser que un tipo tan raro sea un ejemplo para alguien.
Les he dicho que no fui un angelito, pero navegar cada fin de semana me mantuvo alejado de peligros tóxicos y nocturnos. La navegación oceánica me enseñó muchísimas cosas: prevención de riesgos, idiomas, compañerismo, cultura del esfuerzo, sociología, sicología, salir a competir fuera de nuestras fronteras cuando todavía veníamos de un país casi gris y acomplejado. Ver que se podía plantar cara a los mejores del mundo sin hacer el ridículo. En deporte, tecnología y organización.
Algo hemos hecho mal los interesados para no haber sabido transmitir la fascinación por la navegación a vela y habrá que mejorar. Pero, después de ver el programa, también pienso que en este país existen enfoques sociales que no acabo de compartir. ¿Me hago mayor, o todavía estamos a tiempo de mejorarlos? Cervantes, Shakespeare, Conrad.
P.D. Si todavía no lo han leído, corran a comprarse El espejo del mar. Traducción de Javier Marías. Excelente lectura para los tiempos que corren.