Sí, estimado lector, el subtítulo tiene una cierta ironía. Antonio Beghetti, fundador de la revista Yate y Motonáutica, tenía vocación de navegante acompañado, en contra posición del navegante solitario. Porque el perfil del carismático editor italiano era muy común en nuestro sector: admiraba a los navegantes solitarios, incluso hizo sus pinitos en regatas de esta modalidad, pero lo que realmente le gustaba era estar rodeado de gente, hablar de barcos, del mar y de aventuras.
Autor: Isidro Martí Férriz
Espero no equivocarme si afirmo que corría el mes de marzo de 1965 cuando Beghetti decide fundar la revista Yate y Motonáutica, con visión de futuro, en un país que salía de una larga crisis económica, con miles de millas de costa y un pasado y presente íntimamente ligado al mar y la navegación.
Como buen italiano, no tenía complejos: Yate y Motonáutica. El nombre marca el presente y futuro. En el inicio de los sesenta en España, hablar de Yates y Motonáutica era una declaración de principios. Pero no me voy a extender en la historia de la revista que abrió las puertas a la navegación deportiva a miles de aficionados sedientos de volver a recuperar el mar, el placer de la navegación, a inquietos industriales que se lanzaron a construir barcos de vela y motor, a importadores de motores fueraborda, talleres de mantenimiento en la costa, promotores de puertos deportivos… Voy a hablar de otra inquietud del inefable Nino –así le llamaban sus amigos–, la de organizar la regata Marenostrum. Creo recordar que inicialmente se concibió la regata como ida y vuelta desde un puerto de la zona catalana hasta Palma de Mallorca, pero en breve se transformó en lo más parecido a la actual: salida desde puerto catalán para dejar las baleares por estribor y vuelta al mismo puerto u otro cercano. Pero con la originalidad de hacerlo en solitario. En un momento en que en Europa despertaba la pasión por esta modalidad de navegación, la visión de nuestro editor volvió a ser paradigmática.
Para los lectores más jóvenes, vale la pena repasar las condiciones en las que se navegaba: no existía el GPS, ni el piloto automático eléctrico, pocos los barcos equipaban una estación de VHF –algunos navegaban con el llamado 27 megaciclos–. Otros ni siquiera llevaban radio. El piloto de viento a vela –si se disponía de uno– estaba en sus inicios, y su funcionamiento requería de una pericia especial. Los barcos eran de serie, cruceros familiares, con algún prototipo regatero, de esloras que hoy nos parecerían muy escasas.
La regata tuvo un éxito tremendo para la época, reuniendo a un número de participantes que hoy en día no se consigue equiparar. Navegantes como Juan Guiu, Enrique Vidal y Joaquín Coello se apuntaron a esta regata para iniciar un camino hacia futuras Transatlánticas en solitario –Ostar–, Rutas del Ron y Vueltas al Mundo –Whitbreads–.
Licor 43 y Fortuna Lights embarcaron a patrones y tripulantes que habían participado previamente en la Regata Marenostrun. Luego vino todo lo demás. Beghetti vendió la revista, pero no se jubiló. Montó un astillero y se puso a fabricar un velero. Cruz del Sur, se llamaba. Toda una declaración de intenciones.
¿Qué diría Beghetti si una máquina del tiempo lo transportara a la época actual? Lo primero que creo es que se sentiría orgulloso de que la revista Náutica y Yates, nacida del germen de Yate y Motonáutica, se imprima todavía en papel y navegue por el proceloso mundo digital. También se alegraría mucho del éxito de los solitarios nacionales en la Regata Mini Transat, compitiendo al mismo nivel que los expertos franceses. Sin duda alguna celebraría que la Copa América surcara las aguas de su querida Barcelona, algo muy lejano cuando las élites de la vela de crucero mundial se batían el cobre en Newport, Rhode Island. Pero después de una ronda de cervezas, me gustaría preguntarle por las sombras, porque su espíritu de periodista seguía indemne debajo de su piel de navegante y editor. Querría tirarle de la lengua porque era sin duda una persona educada y respetuosa, y no querría criticar al país que lo acogió y le permitió desarrollar su carrera valorando su talento e iniciativa. Estoy casi convencido de que le extrañaría que no hubiera un participante español en la Copa América, pero no porque defendiera un nacionalismo náutico, sino por ver a regatistas de este país compitiendo contra otras banderas que también amaba, como la italiana, por cierto. Y no le valdría el hecho de defender que ya hay regatistas y técnicos españoles en diversos sindicatos, además de técnicos y expertos. Tampoco le valdría afirmar que como organizadores somos buenos, sin ninguna duda.
Beghetti sabía que un país no puede perder la carrera tecnológica en este mundo tan competitivo, que lo importante son las personas, pero también los centros de decisión, que el futuro es la tecnología, y que hay que estudiar la razón del por qué no tenemos un sindicato compitiendo con la élite mundial.
Estoy convencido de que en uno de aquellos arrebatos enternecedores, propondría una reunión inmediata de personas relevantes de la náutica, de la industria, del periodismo, políticos, gestores del Ayuntamiento, gerentes de clubes y, por supuesto, empresarios, para convencerlos de que en la próxima edición tendríamos que tener un sindicato batiéndose con el resto, aunque fuera como el francés actual, con un presupuesto reducido pero aprendiendo y mejorando.
Beghetti era también un buen vendedor y, al acabar la reunión se quedaría con sus fieles –un par de redactores, varios navegantes y regatistas–, reflexionaría sobre las causas de por qué en este país se han hecho muchas cosas, pero todavía falta un empujón a la náutica.
Nos diría que perdiéramos los complejos, que Grant Dalton se ha reunido con el Almirante Jefe de Estado Mayor de la Armada, y ha afirmado que cuando estudiaba historia de niño admiraba a la Armada de nuestro país por las hazañas realizadas a lo largo de tantos siglos. ¿Alguien se imagina a un regatista español en el Cuartel General de la Armada haciendo estas declaraciones? Sí, de acuerdo, Dalton es un político, pero: ¿queremos ser historia o decidimos apostar también por el futuro? ¿Podemos aprender de un pequeño país como Nueva Zelanda para entrar definitivamente en la élite de la náutica mundial? Y no solo hablo de regatas, hablo de sistemas de construcción de alta tecnología, de formación de equipos que atraigan a patrocinadores ¿Qué diría Beghetti?
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