“El mar de Creta, que dicen que es bravío y no ama a los hombres” escribió el cretense Nikos Kazantzakis. La isla tiene mala fama desde el punto de vista náutico por sus escasos puertos, sus expuestos fondeaderos y, sobre todo, por los violentos vientos que la afectan. Creta es, para el navegante islómano, como un tigre para el amante de los gatos: demasiado grande, demasiado salvaje, demasiado bella, difícil de manejar pero imposible de ignorar. La costa norte, con varias bahías y unos cuantos puertos aceptablemente seguros, es la más fácil y también la más turística. Las costas de poniente, del sur y de levante son, en cambio, un territorio muy poco frecuentado por yates ya que los puertos son escasos y precarios y casi no hay fondeaderos protegidos. Su belleza salvaje la convierte, sin embargo, en un lugar único en el Mediterráneo. Texto y fotos: Lluis Ferrés Gurt
En el extremo NW de Creta, el islote de Gramvousa y su vecino Tigáni más al sur, protegen una gran bahía de fondos arenosos y aguas transparentes como el cristal. Esta es la espectacular bienvenida que da la isla al navegante que se acerca a ella desde poniente. Coronando el islote se encuentran las ruinas de una fortificación veneciana que controlaba el canal de paso entre Creta y Antikythira (a 15 millas al NW), un paso obligado para los barcos que entraban y salían del Egeo. La fortaleza también fue usada, durante la dominación otomana, por rebeldes cretenses que se dedicaban a la piratería. Ahora sigue dominando el bellísimo panorama y en su interior solo queda en pie una pequeña iglesia levantada por los rebeldes cretenses en honor a Panagía Kleftrina, la Virgen de los Piratas, su adorada patrona.
Gramvousa es un fondeadero frecuentado por yates que se dirigen a la costa norte de Creta, pero solo unos pocos se encaminan al sur y si uno toma esta dirección puede pasar días y días en fondeaderos y puertos con la única compañía de los pescadores locales. La costa de poniente se extiende unas 25 millas hacia el sur y a lo largo de ella hay varias bahías donde fondear en caso de que el viento sople del primer o segundo cuadrante (Koútri, Sfinári, Stómio), pero ningún puerto exceptuando un par de pequeños refugios para pesqueros.
Las Montañas Blancas
Al doblar la esquina suroeste de Creta, las Lefka Ori (Montañas Blancas) imponen su presencia de una forma majestuosa. Son un conjunto de picos de más de 2.l00 metros, rozando algunos los 2.500, que se alzan a solo tres millas del mar, dando lugar a uno de los paisajes más espectaculares de todo el Mediterráneo. Si el invierno ha sido lluvioso, en plena primavera las montañas lucen aún cubiertas por la nieve que al fundirse deja al descubierto la roca calcárea desnuda, también de una blancura espectral. Toda la isla, situada en el borde de una placa tectónica, sufre un levantamiento progresivo, a veces violento a causa de las sacudidas sísmicas (el “Paroxismo Bizantino”, un terrible terremoto que tuvo lugar el año 365 dC, levantó súbitamente toda esta costa nueve metros), y los ríos se ven obligados repetidamente excavar de nuevo su lecho creando profundos y espectaculares barrancos que desde el mar parecen cortes hechos a cuchillo; el barranco de Samariá, uno de los diez que desembocan en este trozo de costa, es el más largo y profundo de toda Europa
En toda la costa de las Lefka Ori, la zona conocida como Sfakia, hay dos puertos precarios (Palaichora y Chora Sfakion) y un fantástico puerto natural, Loutró, usado desde la antigüedad. Un cabo prominente (cabo Moúros) está flanqueado por dos bahías que, combinadas, ofrecen protección para casi cualquier clase de tiempo dando lugar a un paisaje que los historiadores denominan “paisaje fenicio” ya que era el tipo de refugios que buscaban estos navegantes en la antigüedad. Ahora Loutró, solo accesible a pie o en barco, se ha convertido en un pequeño y delicioso destino turístico, desierto en invierno.
Gávdos
Desde Loutró se ve claramente, hacia el sur y a unas 20 millas, un islote remoto que atrae como el canto de una sirena. Es Gávdos, la isla que presume de ser el punto más meridional de toda la Comunidad Europea. Presume también, como tantas otras pequeñas islas de este mar, de ser la mítica Ogigia, la isla donde la ninfa Calypso mantuvo retenido a Ulises durante ocho años, aunque es de suponer que, tratándose de una bellísima diosa, Ulises no opuso mucha resistencia hasta que se aburrió y decidió seguir con sus aventuras.
Gávdos tuvo épocas de florecimiento durante el Imperio Bizantino, pero la mayor parte del tiempo ha sido una isla remota y poco habitada, nido de piratas, lugar de exilio, refugio de fugitivos. Ahora viven en ella unas 35 personas que ven llegar en verano a unos pocos turistas en busca de paz, playas espectaculares y la foto en el remoto sur de Europa.
El Golfo de Messara
En la mitad de la costa meridional un gran golfo, el de Messara, ofrece el único trozo de litoral sin grandes montañas desplomándose sobre el mar, aunque la cumbre del Psilorítis que roza los 2.500 metros se deja ver claramente, unas 10 millas hacia el interior. En esta zona dos puertos, Plakiás y Agia Galíni, ofrecen un refugio seguro, aunque no siempre confortable.
No muy lejos del mar, las ruinas de los palacios minóicos de Faistos y de Agia Triada así como las grecoromanas de Gortyna recuerdan el rico pasado de la isla. Cualquiera de los dos puertos, sobre todo el de Plakiás, permiten dejar el barco amarrado y explorar el interior, ya sea para visitar las ruinas o merodear por los pueblos de la montaña, cosa muy recomendable ya que la verdadera Creta se esconde en los escarpados paisajes de su interior.
El sur
Cuando se deja atrás el Golfo de Messara empieza el tramo de costa más expuesto y con menos refugios, unas 70 millas de costa rectilínea que se enfrenta al abismo del mar Líbico. Kalí Liménes (los “Buenos Puertos”) es otro de estos fantásticos refugios naturales usado desde la antigüedad. A lo largo de la costa hay varios pequeños puertos pesqueros, pero casi todos (menos el de Lentas) tienen la bocana colmatada por arena y sólo pueden usarlos embarcaciones de poco calado. Ierápetra es la única ciudad y cuenta con un puerto edificado sobre el que ya construyeron los romanos, aunque su entrada es angosta y tiene poco más de dos metros de sonda; en invierno, cuando se desencadenan los terribles temporales de sur (SE o SW), las olas saltan por encima del espigón y convierten el refugio en un sitio muy precario.
El paisaje de esta costa es también montañoso y escarpado, con el macizo de las Aretoussa de casi 1.500 metros a pico sobre el mar y la cumbre del Dictis (otra montaña de casi 2.500 metros) asomando más hacia el interior. Es un trozo de costa problemático, muy expuesto a la marejada cuando soplan vientos de segundo y tercer cuadrante, y afectado por las terribles rachas que caen de las montañas cuando soplan de primero y segundo cuadrante, o sea que lo aconsejable es merodear por allí cuando hay una previsión de tiempo calmado para algunos días.
Al sur de Ierápetra y a pocas millas hay un par de islotes, Gaidouronísi y Koufonísi, habitados en la antigüedad pero ahora desiertos, visitados sólo por las barcas que llevan turistas a sus hermosas playas. Son fondeaderos desprotegidos, afectados por cualquier clase de mar de fondo y nada recomendables a no ser que el tiempo sea muy calmado, pero tienen el atractivo de los islotes remotos.
Levante
La esquina del SE da entrada a la costa levantina de Creta, también con montañas sobre el mar aunque modestas (menos de 1.000 metros), una costa que permaneció deshabitada durante casi 500 años (desde el 1200 hasta el 1700) a causa de los frecuentes ataques de piratas. A mitad de la costa, la bella bahía de Zakros da refugio para vientos del tercer y cuarto cuadrante y permite visitar las ruinas de la ciudad minoica detrás de la playa y adentrarse en el Barranco de los Muertos, uno de los innumerables barrancos de la costa de Creta pero que en este caso tiene las paredes rojizas carcomidas por cavidades y fue usado como cementerio por los minoicos hace unos 3.500 años.
Más al norte, en la bahía de Palaikastro, el paisaje se suaviza y el verde de los olivos se acerca al azul del mar. Y un poco más allá, la bahía de Erimoúpolis ofrece el espectáculo de los bosquecillos de palmeras cretenses flaqueando la playa y escondiendo las ruinas de Ítanos, una antigua ciudad romana. El Cabo Síderos, estrangulado dos veces como si quisiera convertirse en isla, despide al navegante para dejar paso al turbulento canal que separa a Creta de Kasos, la primera isla del Dodecaneso.
En total, desde Gramvousa hasta Cabo Síderos, son unas 185 millas de costa espectacular, un paisaje único que permite disfrutar de un raro placer en el Mediterráneo, navegar lejos de las multitudes y de las aglomeraciones de barcos.