Se acabó la Copa de la América en Barcelona y para Barcelona
Autor: Isidro Martí Férriz
Ilustración: Isidro Martí Férriz
Era julio de 1980. Habíamos volado a Newport, Rhode Island para unirnos a la tripulación del Crisan, un Puma 38 construido en España en el que Juan Guiu acababa de realizar la OSTAR, The Observer Single-handed Transatlantic Race. La primera regata en solitario que organizaron los ingleses y que partía desde Plymouth hasta el puerto americano.
El plan consistía en volver navegando desde Newport hasta Barcelona con Juan Guiu, su mujer Gloria, Ignacio López Pinto y tres jóvenes de 18 años: Toni Guiu, Víctor Cirera y yo mismo. Con un coche alquilado recorrimos la distancia desde Nueva York hasta el puerto de llegada. Tuvimos la suerte de salir de noche en una motora y recibir a Juan Guiu después de cruzar la línea de llegada. No nos entretuvimos demasiado en la puesta a punto del barco –Juan era un experto y meticuloso navegante que llegó con el barco en perfecto estado– y tras las compras pertinentes de vituallas y adaptar al gas que utilizaban, soltamos amarras rumbo al Estrecho, con una posible parada en Azores. Tres mil millas por la proa, pero ahora con vientos portantes. Antes de salir nos dio tiempo de hacer algo de turismo local y, sobre todo, admirar y respirar el magnífico ambiente náutico que rezumaba en Newport. Porque además de los elegantes veleros que pintaban la bahía de mástiles y jarcias, se concentraban allí los famosos 12 Metros que se preparaban para competir en la Copa de la América que se correría en septiembre. También un inquieto Éric Tabarly estaba preparando en secreto su trimarán con hidrofoils Paul Ricard para batir el récord del Atlántico.
Recuerdo perfectamente ver cómo entraba después de entrenar los 12 Metros mientras nosotros arrumbábamos hacia Europa. Los Fórmula 1 de entonces. Junto a los trimaranes que ya demostraban que tenían mucho que decir en las regatas oceánicas, los 12 Metros concentraban las mejores tripulaciones de regatas cortas del momento. Allí estaban el Freedom de Dennis Conner, el Australia, el Corageous, el France III, el Lionheart y el Sverige, del cual guardo enmarcada una excelente ilustración de su plano vélico y casco, que todavía luce en mi casa. En la tienda de recuerdos sólo vendían una reproducción del barco sueco. Ahora me hubiera gustado tener la del Freedom. Por algo fue el ganador en septiembre. Pero, en fin, las líneas de agua del Sverige me han acompañado en los múltiples traslados que ha sufrido mi espalda en estos 44 años…
Como supondrá el apreciado lector de estas líneas, yo era entonces un pardillo recién estrenada la mayoría de edad que no se podía creer que estaba pisando el mismo pantalán que los míticos navegantes oceánicos y tripulantes de la Copa América procedentes de EE.UU., Australia, Francia, Gran Bretaña y Suecia; países acomodados, donde la navegación y las regatas eran populares para una gran mayoría de su población –en el caso del enorme EE.UU. me refiero a sus zonas costeras– Nueva Zelanda todavía no había despertado.
Esto viene a cuento porque hace pocas semanas tuve la suerte de presenciar casi en primera línea la final de la Copa América en aguas de Barcelona. Hacía un día con una luz mediterránea digna de envidia. Por las aguas costeras de la Ciudad Condal desfilaban barcos de todo tipo, megayates imponentes, veleros clásicos de madera, maxis de cien pies, los majestuosos “Clase J”, verdaderos museos en activo del mundo de las regatas.
Si al atribulado tripulante de hace 44 años que largaba las amarras en Newport, rumbo a Azores, le hubieran dicho en aquel momento que estaría en aquel lugar en 2024, les aseguro que no se lo hubiera creído. En 1992 España presentó un proyecto solvente de Copa América en San Diego, y los representantes españoles fueron constantes en las ediciones de los años 90 y principio del siglo XXI. Se organizaron ediciones en Valencia. Alicante ha sido puerto de salida de la Volvo Ocean Race.
Me hubiera costado creerlo en 1980. Juan Guiu, José Luis Ugarte y Víctor Sagi eran tres tipos muy extraños en la España de inicio de los ochenta que decidieron salir de sus aguas y abrirse a la aventura de la navegación oceánica en solitario. Se lo cuento porque cuando hace pocos días, tras presenciar la final, volvíamos a puerto y a poca distancia pasó remolcado el barco kiwi e izó la bandera dando las gracias a Barcelona, sentí un cierto cosquilleo de emoción. Pero también me asaltó un punto de duda: ¿daba las gracias o también había un tono de despedida?
“El apresurado no a la Copa América descoloca a los agentes económicos”. Pocos días después de la final, la prensa nos regala este titular. Y parece ser que no era que Grant Dalton se iba, sino que más bien lo echaban. Desconozco los detalles de la conversación, pero parece bastante claro que el Ayuntamiento de Barcelona dio apenas margen para la negociación.
Ahora toca hacer examen de conciencia. Mi opinión es partidista porque todavía tengo la ilusión del mamarracho de 18 años que suspiraba tras la estela de los 12 Metros y del trimarán de Tabarly. Y lo que hemos visto en Barcelona era diferente, pero no por ello menos interesante. Nadie que haya pateado Barcelona y Ciutat Vella estos dos últimos meses, sobre todo las dos semanas previas a la final, puede hablar mal de la Copa América: el ambiente festivo, los grupos de seguidores bulliciosos y educados que agitaban banderas inglesas, italianas, americanas, suizas o neozelandesas han dado a la ciudad una energía que añorábamos desde hace tiempo. No les quiero hablar de las playas y terrazas del Hotel Vela, Port Olímpic y, sobre todo, de las aguas frente a Barcelona llenas de barcos como nunca se había visto ni se volverá a ver. Aunque, claro… ¡eso sólo nos interesa a los pijos ricos que navegamos! Desconozco las cifras exactas finales, pero la organización ha sido impecable; hasta las revistas anglosajonas lo reconocen, incluido el número ingente de visitantes que ha recibido la ciudad en dos meses y el impacto en los grandes medios de comunicación internacionales.
Barcelona no supo mantener la Barcelona World Race y no ha sabido mantener la Copa América. Valencia se frota las manos.
Dalton ha sido un tipo que ha defendido su negocio, pero ha sido también exquisitamente educado con la ciudad y sus habitantes, algo que algunos políticos no pueden afirmar. Y además nos ha permitido soñar a más de dos millones de visitantes.
¡Gracias, Grant! Y gracias también a la organización técnica y humana local de la regata, porque ha hecho un buen trabajo. Hasta los anglosajones lo reconocen.
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