Después de años de experiencias, al fin se dispone del tiempo y el presupuesto necesarios para realizar el sueño de muchos navegantes: cruzar el océano Atlántico con el propio barco. He aquí algunos consejos. TEXTO E ILUSTRACIONES DE ISIDRO MARTÍ.
La experiencia es importante, pero la prudencia del patrón es casi imprescindible. Patrones cortos de experiencia pero sensatos y prudentes llegan a su objetivo algo más tarde, pero llegan. En la navegación de crucero el navegante dispone de tiempo, tanto para preparar la travesía como para sortear los problemas durante la misma.
Un buen calendario
Si hemos de cruzar el Atlántico y regresar a Europa, lo correcto es salir en otoño, disfrutar el invierno en el Caribe y regresar en primavera, antes de la época de ciclones. Este planteamiento nos permitirá evitar prisas e improvisaciones. Además, nos obliga a estudiar la meteorología y oceanografía propias del recorrido, parte importantísima del viaje, sobre la que nos documentaremos a la vez que estudiamos derroteros y guías de viaje. Lo importante es disponer de tiempo para preparar el barco, navegar hasta el destino y volver. Si no se puede hacer una travesía del Atlántico el plan se puede cambiar por una navegación larga en el Mediterráneo.
Parece que la travesía del Atlántico sea la parte más complicada del viaje. Eso nos ocurre por el efecto psicológico que produce una navegación de muchos días. Pero curiosamente les recuerdo que los accidentes ocurren cerca de tierra, las situaciones náuticas comprometidas suelen aparecer en la recalada, o incluso en la navegación previa hasta las Canarias desde la península. Bajar el barco con tiempo hasta Las Palmas y disfrutar de la travesía sin tener prisas por llegar no sólo es una filosofía, son dos buenos seguros de viaje. Este consejo se lo da una persona que se ha dedicado al traslado de veleros desde hace más de veinte años, casi siempre con prisas, con fechas obligadas de salida o de llegada. Aunque siempre exista un principio y un final, el navegante amateur puede preparar la travesía y realizarla con tiempo y dosificarla a su gusto, sin apurar nunca los límites meteorológicos de final de temporada.
El barco
Lo mejor es hacerlo con el barco con el que ya se ha navegado desde hace años, y equiparlo para la larga travesía. Cualquier navegante experto les desaconsejará preparar la travesía de su vida con un barco nuevo sin estrenar. Ya sabemos que hace ilusión, pero los barcos necesitan hacer muchas millas para realizar la puesta a punto, para que los podamos conocer, y más hoy en día que están repletos de instalaciones eléctricas, automatismos, electrónica, compresores, potabilizadoras, generadores, pilotos automáticos y otros equipos. Un barco ya da de por sí trabajo de mantenimiento cuando todo funciona y está probado, pero si soltamos amarras con un barco nuevo, por mucho que diga el astillero, es un pasaporte seguro a pasarnos la travesía con la caja de herramientas en la mano, llamando constantemente al astillero o los instaladores para poner a punto infinidad de cosas.
Por otro lado, si se prepara la travesía con un barco conocido vale la pena realizar una puesta a punto pero sobre una base de experiencia. Tampoco recomendamos realizar cambios radicales en las instalaciones del mismo, porque entonces nos encontraremos con los mismos problemas o peores que con el barco salido de astillero. Lo ideal es equiparlo con alguna vela nueva, con el motor bien revisado, y sobre todo el espacio habitable preparado para una navegación cómoda: cocina probada, espacio de estiba, lonas anti escora en las literas, cubierta preparada para la seguridad de la tripulación, instalación de gas comprobada y material de seguridad y radio al día
También es importante que sea de una eslora manejable para la tripulación que lo vaya a tripular. Lo mejor es que no sea de una eslora muy grande, porque lo importante en una travesía es no depender de tripulación extra. Dependiendo de la experiencia y sobre todo del bolsillo del armador, nos tendríamos que mover entre los 35 y los 55 pies de eslora.
La tripulación
Más vale pocos pero bien avenidos. Hay una serie de normas que no fallan. La primera es la importancia del patrón. El patrón es quien elige a la tripulación, y ha de ser consecuente con dicha elección. Hoy en día para liderar un grupo se necesita mucha más mano izquierda que mano dura. El patrón inteligente es el que sabe que no es la tripulación la que está a su servicio, sino todo lo contrario. Pero eso no quita que la tripulación tenga claro que el último responsable es el que toma las decisiones, y que por eso se tienen que respetar. Por eso es de patrones inteligentes consultar las decisiones previamente a la tripulación, motivándola a la vez que se la involucra en el grupo.
¿Quién será el patrón del barco? En esto ha ocurrido como con las familias, que se ha evolucionado mucho desde el mando tradicional. Lo lógico es que el patrón sea el armador, pero no tiene que ser siempre así. En veleros de una cierta eslora el armador puede optar por embarcar un patrón profesional que, además de realizar traslados mientras el armador no puede hacerlos, ejerce de responsable incluso cuando éste está a bordo. También se puede dar el caso de que el propietario delegue el mando en su hijo, o su mujer, o sea ésta la propietaria y el patrón su pareja. Lo importante, como siempre en un barco, es que las cosas estén claras antes de soltar amarras dentro del un barco.
Tras muchos años uno se ha dado cuenta que ser un buen patrón es saber estar allí, frente a la tripulación, cuando surge un problema, y transmitir seguridad y confianza. Saber lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer. Tomar la decisión de lo que se debe hacer sin obligar a nadie a correr un peligro que no esté evaluado previamente. Y para llegar a ser patrón lo mejor es haber pasado por los estados previos al mando, en la proa con mal tiempo o cocinando para una tripulación mareada. Ser un buen patrón es un estado mental que afronta la travesía con aplomo, sabiendo que se van a cometer errores, pero teniendo la absoluta convicción que todo se puede solucionar y que los malos momentos no duran eternamente.
La ruta
Casi todos los navegantes que han emprendido una larga travesía coinciden en una cosa: su sorpresa al descubrir una zona o una costa más fascinante de lo que se esperaban, o dedicar mucho más tiempo en un puerto de lo previsto. Y creo que aquí aparece la fascinación del viaje a vela. Navegar delante de una costa desconocida es descifrar un enigma.
Cuando uno lleva muchas millas navegadas en un barco empieza a acceder a un estadio que se caracteriza por la simplificación. Se empieza a prescindir de muchas cosas, se anulan equipos en el barco ya sea por avería o por falta de piezas de recambio. Se desembarcan piezas de repuesto o recambio que se ha demostrado inútiles. Hacer este ejercicio antes de la travesía es de visionarios, pero recomiendo que se intente aplicar esta filosofía antes de soltar amarras.
Existe una posibilidad que muchos patrones aplican últimamente. Realizar un viaje por etapas, con idas y vueltas de la tripulación. El abaratamiento de los precios de los billetes de avión, unido a la proliferación de marinas equipadas por todo el mundo, hace que no sea necesario salir y volver con el barco tras largas singladuras. Se puede entonces preparar el viaje por tramos, con invernadas en puertos capacitados para tal caso, que incluso disponen de marinas secas, con amarres resguardados y servicios eficientes de mantenimiento y vigilancia.
Ya empieza a ser muy habitual embarcar el velero en un mercante para la travesía de retorno