Don McIntyre, organizador de la vuelta al mundo en solitario en barcos clásicos y mediante la navegación tradicional no electrónica, da una nueva vuelta de tuerca recuperando el espíritu de la Whitbread Round the World Race.Texto e ilustraciones de Isidro Martí
La idea es sencilla, si la Golden Globe quería volver a la navegación tradicional en solitario, sin escalas, alrededor del mundo, la Ocean Globe Race va por el mismo camino, pero con tripulación y mediante cuatro etapas clásicas. Es imposible escapar del nombre e influencia de la Whitbread Round the World Race, regata que nace del sueño de cualquier navegante oceánico: la prueba más larga, sometiendo a barcos y tripulaciones a las condiciones más extremas y variadas de navegación. Altas y bajas temperaturas, vientos, corrientes y mares bajo el denominador común de la competición a vela.
La navegación se reparte en cuatro etapas de unas 7.000 millas. La primera etapa se inicia en Europa recorriendo el Atlántico Norte, el Atlántico Sur, hasta llegar a Sudáfrica. La segunda etapa pone rumbo al Este cruzando el Índico Sur, el Mar de Tasmania hasta llegar a Nueva Zelanda. La tercera etapa apunta hasta el Cabo de Hornos, tras navegar por todo el Pacífico Sur. A partir de ahí, la flota arrumba al Norte, con una parada en un puerto de Sudamérica. La cuarta etapa es la vuelta a Europa de una agotada flota que ya ha superado lo peor de las Rugientes Cuarenta.
Historia
En septiembre de 1973 parte de Portsmouth una flota de 17 barcos. Ganó la regata en tiempo compensado el velero Sayula, mientras el Great Britain II lo hizo en tiempo real. A pesar del éxito del acontecimiento deportivo, náutico, aventurero y humano, la pérdida de tres tripulantes ensombrece el estreno de la competición. Estos graves accidentes no desmotivan a futuros competidores. El 27 de agosto de 1977 quince barcos vuelven a emprender la aventura. Flyer se proclama vencedor en tiempo compensado, mientras Great Britain II repite en tiempo real.
29 de agosto de 1981: una flota de 29 embarcaciones cruza la línea de salida rumbo a Ciudad del Cabo. Por primera vez participa un barco español, el Licor 43, diseñado y patroneado por Joaquín Coello. A pesar de desarbolar dos veces la tripulación demuestra un alto espíritu deportivo y labor de equipo, finalizando la regata y acabando clasificados.
La regata Whitbread ha ido evolucionando, incluido un cambio de patrocinador, pasando a llamarse Volvo Ocean Race, con significativo protagonismo español tanto en participantes como en puertos de salida, como es el caso de Alicante. Desde la última edición atraviesa una cierta crisis, en la que el patrocinador se desvincula ante una competición de un nivel tecnológico y técnico muy alto. Si unimos a esto un recorrido endemoniado, con múltiples paradas en puertos asiáticos es fácil entender que los presupuestos sean elevadísimos, en los que se requiere una logística y preparación material y humana descomunal.
Y aquí aparece el avispado Don McIntyre. Tras rescatar con éxito la mítica Golden Globe en solitario, con una buena participación y sin accidentes mortales, presenta la Ocean Globe Race, regata abierta a barcos de serie de los años setenta y ochenta, antiguos prototipos Whibread, maxis y sesenta pies que participaron en las anteriores ediciones.
En la línea de la Golden Globe, las instrucciones de regata prohíben el uso de sistemas de navegación por satélite, forzando así a la flota a navegar con sextante y sistemas tradicionales de orientación y comunicaciones. Sólo permite navegación electrónica a la clase denominada Classic Challenge Yachts, que incluye a los maxis y sesenta pies.
La idea de McIntyre tiene una filosofía muy atractiva: este recorrido y estas reglas facilitan que el presupuesto de participación en la regata no sea sólo accesible a empresas patrocinadores de presupuestos multinacionales. Un armador no necesariamente multimillonario puede plantearse participar, con una tripulación no totalmente profesional, y buscar un patrocinador de tamaño medio que quiera involucrar su marca a una aventura del Siglo XXI.
Una buena idea
Llevo todo este artículo intentando no explicar batallitas. Tuve la suerte de participar en la edición del año 1985 en la Whitbread Round the World Race a bordo del Fortuna Lights. Fue la cuarta edición de la regata, en la que participamos quince barcos. Acabaron trece barcos, con el Atlantic Privateer fuera de competición y el NZI retirado tras desarbolar en la tercera etapa. En la edición de 1981, como ya hemos dicho, participaron 29 embarcaciones. Esta afluencia de participantes no se ha vuelto a conseguir en las últimas ediciones, lastradas por presupuestos muy altos y épocas económicas turbulentas. Pero en los años ochenta también había crisis, y eso no desmotivaba a armadores y tripulaciones a emprender la aventura. Muchachas como Tracy Edwards hipotecaron su casa para hacerse con un barco de segunda mano y ponerlo en la línea de salida.
No puedo dejar de mirar esta iniciativa con cariño. Por razones obvias, y no me refiero solamente a mi participación en la regata. También me parece fascinante que se obligue a los navegantes a recuperar la navegación clásica, los sextantes, el papel, el Almanaque Náutico, las Tablas Rápidas…
En 1980 crucé el Atlántico por primera vez a bordo del Crisan, un Puma 38 con el que Juan Guiu había participado en la Transatlántica en solitario. Navegábamos con sextante, corredera, piloto de viento, compás y una radio. Poco después de las Azores se nos averió el motor y llegamos a Barcelona sólo con la ayuda del viento. Ahora nos parece increíble que se pueda navegar en estas condiciones, ¿verdad? Los tiempos han cambiado, y resultará divertido ver cómo la organización de la regata prohíbe los teléfonos móviles antes de la salida. O los mantendrá en una bolsa sellada que sólo se podrá abrir en caso de emergencia.
Navegar a vela. Sin electrónica. Dando la vuelta al mundo y dejando el Cabo de Hornos por babor. La Ocean Globe Race ha nacido para permitirnos volver a soñar.