En la década de los setenta, dedicarse a la navegación oceánica en España era algo parecido a aspirar a ser astronauta. Juan Guiu, un inquieto médico catalán, había probado el veneno de las regatas en solitario como la Marenostrum y ya no lo pudo soltar. Guiu no venía de la élite de navegantes del Náutico de Barcelona o de otro vivero, el de Arenys de Mar. Con un Pampero de la época y un Puma 24, navegaba por el Mediterráneo con familiares y amigos y vinculado a la Asociación de Patrones de Yate, patroneó también un Sirocco, lo que entonces era un velero de dimensiones considerables.
Texto e ilustración de Isidro Martí Férriz.
Navegaba para disfrutar, era un doctor sociable, que apreciaba la buena comida y la compañía pero la navegación en soledad magnificaba sus placeres contemplativos en el mar. A veces, en su entorno, llegó a confesar que había nacido en una época equivocada: tendría que haber vivido la era de los Clippers, majestuosos veleros que daban la vuelta al mundo conectando el comercio mundial entre Europa y los países australes.
Pero le tocó ser médico en el siglo XX y los británicos idearon una regata que ¡cómo no!, navegaba con los vientos de proa, en el Atlántico Norte, desde Plymouth hasta Newport , en la costa estadounidense. Decidió participar en la misma, junto a otro navegante, Enrique Vidal, y ambos optaron por dos barcos construidos en España, un Puma 38 y un Puma 34, respectivamente.
La Ostar –así se denominaba la regata: Observer Singlehanded Transatlantic Race– estaba patrocinada por el periódico Observer, y en ediciones anteriores ya se había asistido a míticos duelos entre emblemáticos navegantes como Chichester y Tabarly. Pero la edición de 1976 estaba llamada a hacer historia, con su épica y sus dramas.
El Club Mediterranée era un monocasco patroneado por Colas con una eslora de 72 metros, patrón y embarcación generaron controversia al inscribirse en la regata. Un total de 125 barcos cruzaron la línea de salida, bajo la sombra del drama tras la muerte de la mujer de un participante, Mike MacMullen, al electrocutarse en el muelle mientras colaboraba en la puesta a punto. Mac Mullen y su velero, el Three Cheers, desaparecieron durante la regata. A este golpe se unió una meteorología devastadora, con un tren de cinco borrascas que castigó duramente a la flota, creando unas olas cortas, caóticas y cruzadas durante más de una semana, con vientos entre los 35 y los 55 nudos, con rachas superiores. Otro patrón desapareció en el mar, Mike Flanagan y sólo 73 de los 125 barcos acabaron la regata dentro del tiempo límite. Hubo retirados y naufragios de barcos emblemáticos y patrones preparados, como el caso de Pierre Fehlman, que llegó a ganar años después un Vuelta al Mundo.
Ocean Globe Race: Habrá equipo español
La victoria se la llevó Eric Tabarly en el Pen Duick VI que, tras casi abandonar la competición por una avería en su piloto automático, remontó las dificultades y se colocó líder de la flota. Juan Guiu, tras navegar 39 días, 8 horas y 15 minutos, cruzaba a línea de llegada. Enrique Vidal lo haría unos días más tarde, tras navegar 42 días, 10 horas y 10 minutos. Estamos hablando de una época donde se navegaba con corredera mecánica, piloto de viento no eléctrico, sextante y tablas náuticas. Guiu incluso lo hizo sin radio. Posteriormente confesó que, como era su primer Atlántico y no disponía de información exterior, llegó a asumir que las condiciones meteorológicas eran habituales y que toda la flota peleaba contra ellas con más o menos fortuna. “Si llego a saber la debacle que estaba ocurriendo en más de la mitad de los participantes, quizás hubiera decidido retirarme elegantemente por razones de seguridad, pero me pareció que había que seguir, como estaban haciendo los demás…”
Posteriormente Guiu prologó un libro de Tabarly y no puedo evitar transcribir algunas de sus impresiones:
“Tabarly –atlético, dinámico y trabajador— y un servidor de ustedes –barrigudo, abúlico y comodón– creo que representamos el anverso y el reverso de una misma afición.
Tabarly, siempre pendiente del barco, del aparejo, de la velocidad, trabaja como un forzado por unos pocos metros más y no olvida jamás, ¡jamás! que está corriendo una regata.
Yo, espíritu contemplativo, siempre embobado con el color del mar, con los pájaros y con los peces o con el contraluz que me ofrece el espinaquer, olvido casi siempre, ¡casi siempre! que estoy corriendo una regata. “
Los que tuvieron la suerte de navegar con Juan Guiu y aprender de su experiencia saben perfectamente que era un navegante de mentalidad inquieta, soñador de mares y océanos con la cabeza muy bien puesta en su sitio, que defendía a ultranza su teoría de que lo primero era la tripulación, después el barco y por fin la regata. El, como Vidal, acabaron una durísima regata en condiciones salvajes y llegaron sanos y salvos –barco y tripulación– a Newport, abriendo un camino a futuros navegantes y soñadores en un país donde, navegar, era cosa reservada a reyes o multimillonarios.
Tabarly escribe posteriormente que el anemómetro se le bloqueó en los sesenta nudos, Guiu, con el humor que siempre le acompañó, registra que su anemómetro se murió del susto y dejó de funcionar. Tabarly, en unas memorias posteriores y tras haber participado en varias vueltas al mundo, todavía recuerda las condiciones de la Ostar del 76 como peores que las vividas en las Rugientes Cuarenta.
Tres obras tan imprescindibles como difíciles de encontrar sobre Tabarly.
Esta sección se denomina Crucero Práctico, y desde sus inicios, donde hablábamos en un tono más pedagógico, hemos evolucionado a crónicas de navegantes y relatos de travesías. Personajes como Juan Guiu abrieron un camino desconocido en la época, y no sólo participaron en transatlánticas, además promocionaron y revitalizaron regatas como la Marenostrum, incentivando a jóvenes y no tan jóvenes a soltar amarras para participar en una regata en solitario donde, de repente, estás en la proa de tu pequeño velero cambiando el foque de garruchos y a menos de un metro te salta un delfín sin avisar, donde una tortuga distraída te deja embobado mientras estás llevando la caña a sotavento, y te hace olvidar que estás en una regata, mientras miras el contra luz del espinaquer con la maravillosa iluminación del Mediterráneo en el mes de septiembre.
Primero la tripulación, luego el barco y por fin la regata. Crucero Práctico.
Sigue leyendo el resto de artículos de Crucero Práctico de la mano de Isidro Martí Férrez: