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—Muy mal no debes estar si llevas el
Butxaca
— me dijo
el doctor Arias al llegar a su consulta.
El Butxaca
es una
pequeña agenda cultural de Barcelona, mi ciudad. El doc-
tor Arias es un médico del ambulatorio de Sant Pere, mi
barrio.
Hace muchos años otro médico, no recuerdo su nom-
bre, me diagnosticó una “depresión larvada”. Cómo me
reí aquella tarde tomando unas cervezas con mis amigos
y haciendo chistes sobre las larvas y las depresiones. Pero
desde aquel día, alguna vez pienso en larvas y metamorfo-
sis como fugaces amenazas.
El doctor Arias es joven, vasco. Es un médico de urgen-
cias, pero no es una persona urgente. Me mostró un gráfico
de colores con todas las vértebras dibujando una sutil cur-
va. Entonces entendí qué era aquello de las hernias y por
qué sentía aquel dolor.
Las vértebras son unas piezas rígidas y duras que se
amontonan unas encima de las otras. Entre ellas hay una
materia flexible, imagino que viscosa. Con el peso y el
tiempo la parte dura atrapa a la blanda y duele. Mucho.
El caso es que a mí me duele cuando discuto, voy rápido o
entristezco. No se lo comenté al doctor Arias.
En el agua, flotamos. Entonces nuestro cuerpo está en
posición horizontal y las vértebras ya no están apiladas sino
alineadas una al lado de la otra y parece que pesen menos.
En la piscina no discuto, no corro y no suelo entristecer-
me. La piscina está en una antigua estación de tren. Su es-
tructura de hierro le da un aire de balneario decadente que
hace que te sientas un personaje de Fellini en
“8 y medio”
.
“Crecí más o
menos como
todo el mundo,
acostumbrándome
a estar sola y a no
pensar demasiado
en la felicidad”.
El sur,
Víctor Erice.
Los techos tienen unas extrañas manchas de humedad.
Medusas, caballitos de mar, pulpos, calamares. Soy Jacques
Cousteau descubriendo peces abisales.
El agua refleja chispazos del sol que entra a través de las
cristaleras. Ahora soy el capitán Kirk descubriendo la últi-
ma frontera.
Crol, abajo; espalda, arriba; crol, abajo; espalda, arriba.
Buceando en el mar con gafas y tubito veo pececitos de
colores, no se parecen mucho a la fauna abisal de la piscina.
Los peces ¿nadan o bucean?
Navegar en velero es una forma muy animal de vida. Vi-
ves pendiente de los vientos, la lluvia, la comida, conseguir
agua dulce para beber. Navegando me siento como un gato.
Rutinas. Los animales son rutinarios.
Despertar, al agua, observar el viento, decidir destino ha-
cia laguna isla con nombre mítico.
Fondear, echar el ancla, llegar nadando a tierra.
Comer, siesta, esperar el atardecer.
Una tarde, en cubierta esperando ver el rayo verde, me
invadió un inesperado ataque de tristeza. La incertidumbre
me asustó. Entonces oí que alguien me llamaba desde la
cabina: “¡Alicia! ¡Ayúdame a salar los boquerones!” Bajé y
salé. Salando y charlando todo aquel miedo se fue.
Mejor que Rohmer.
Desde entonces, si atisbo en el horizonte la larva, crisáli-
da seductora, practico la terapia de los boquerones.
Ya casi nunca me duele la espalda. No se lo he comentado
al doctor Arias.
Ganador del I Concurso de relatos cortos Espai Mar
Relato
Por Alicia Santos
Diario de bitácora
Ilustración: Roger Velàzquez -
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