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[océanos]
Crucero
gran luna que iluminaba completamente el mar y las
velas, con un colorido que sigue presente en su memoria:
“Al salir, la luna tenía un color rojizo precioso”.
Guasch es un incondicional de la Versión Sur de la
Ruta de la Sal, la preferida por los ibicencos, por cuanto
tienen la línea de salida a unas decenas de millas de su
puerto y la llegada en su propia casa.
Ciñendo contra 40 nudos
En esta ocasión la primera parte de la regata fue para
ellos casi coser y cantar, con un viento portante que per-
mitió llegar rápidamente a Formentera y dar la vuelta
a la isla. La vuelta hacia el oeste, sin embargo, fue muy
distinta: en la madrugada del viernes entró un Poniente
duro –“a sotavento de Ibiza, tras pasar Tagomago, el ane-
mómetro marcó 40 nudos”, explica el patrón del
Aivis
,
un Fortuna 9 que conoce como la palma de la mano.
Para los participantes en la Versión Norte de la Ruta
de la Sal y en la Ophiusa —que zarpa de Aiguadolç, si-
tuado unas millas al Sudoeste de Port Ginesta, el puerto
de salida de la Ruta de la Sal— buena parte del reco-
rrido fue una ceñida pura y dura. Algo flojillo al prin-
cipio, acabó estabilizándose en algunas zonas en torno
a los 20 nudos entre el sur y suroeste y obligó a luchar
contra el viento y la típica mar corta del Mediterráneo,
mientras se tenía que pensar en la evolución del viento
para no quedarse en el lado malo cuando llegara la rolada
definitiva o no pasarse por el otro bordo. En el caso de
la Ophiusa, había que decidir además si se dejaba Ibiza
por estribor —lo que conllevaba cruzar los freus que la
separan de Formentera— o se optaba por alargar la ruta
pasando al oeste de Ibiza.
De madrugada llegó una corta encalmada, antes de
que arreciara un poniente que permitió bajar de un bor-
do directo o abrir escotas a los más afortunados. Fue el
premio que no pudieron recoger los barcos provenientes
de Dènia, condenados a una ceñida muy dura para lle-
gar a Sant Antoni de Portmany desde el lado oriental
de Ibiza.
Pero en la Ruta de la Sal y en la Ophiusa lo que prima
es disfrutar del mar y de la navegación. Quizá no hay
tantos barcos como antes de la crisis, pero estas regatas
de altura demuestran que en España hay ganas de nave-
gar. Especialmente afortunado dentro de su mala suerte
fue Joaquim Giménez, un incondicional de la Ophiusa
Las regatas de altura como la Ophiusa, que une la península
con Formentera, son verdaderas escuelas de crucero.
—ha corrido sus diez ediciones—, que aquella madru-
gada tuvo la desgracia de caer al entrar en la cabina y
dislocarse un hombro cuando se encontraba a unas 30
millas de Ibiza. Entre dos de sus tripulantes consiguie-
ron recolocarle el hombro y pudo completar el recorrido
hasta Formentera. Eso sí que es afición. Que dure.
©
@Alfred Farré