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[CRUCERO PRÁCTICO]
Cada tripulante
debe saber
cuáles serán sus
tareas a bordo.
facilita y promueve el auto
control, y así, el que cruza la línea
se retrata por sí solo.
Convivencia.
Los espacios a
bordo son reducidos, la escora
reduce la movilidad de la
tripulación, y para acabarlo de
arreglar están los balances y las
cabezadas. Es imprescindible
respetar los espacios.
Orden.
Es una derivada lógica
del punto anterior. El buen
navegante es sin duda ordenado
a bordo, en su camarote, con su
ropa, en el uso de la cocina y el
aseo. No menciono la higiene
porque se da por supuesta.
Respeto.
Las condiciones de
calor, frío, humedad, mareos,
incluida la escasez de lujos,
el agua potable, hace que los
ánimos se encrespen con facilidad.
Introducir el concepto de respeto
entre la convivencia y el orden
ha forjado grandes amistades
en muchas tripulaciones. Si el
navegante quiere respeto ha de
mostrar respeto.
Ahorro.
Nada es infinito en
un barco. En tierra llegamos a
creer que el agua lo es, la luz,
el gas, el hielo, la conexión a
la red, el aire acondicionado. A
bordo todo se acaba, incluso el
combustible del generador que
alimenta la potabilizadora. Y
si no se acaba, tiene la puñetera
manía de averiarse en el momento
más insospechado o necesario.
Este punto es subsiguiente al de
pedagogía: el navegante explicará
a su tripulación el concepto de
”finito”. Se puede alargar, pero
para eso hay que ahorrar; desde
las cervezas frías al chocolate,
pasando por el agua de la ducha y
finalizando en el combustible.
Nada es infinito en un barco. Hay que prever
que, en un momento u otro, todo se acaba.
La importancia de todo
N
avegando no he aprendido lo que es la prevención o el ahorro.
He aprendido la importancia de los mismos.
En el mar he aprendido lo que es la generosidad, porque la he
visto en los demás antes de sentirla yo mismo. La solidaridad, entre
tripulantes con problemas, hacia otras tripulaciones en apuros, en
puerto, con otros navegantes que necesitan que les lancen un cabo,
porque en los lugares lejanos es donde a veces se necesita humani-
dad y ayuda.
He vivido lo que es la inquietud, la inseguridad, el frío y el calor
extremos, lo delicioso que sabe una fruta fresca después de 42 días
de mar.
He aprendido que todo tiene un inicio y un fin, que sabes cómo
empieza la travesía pero nunca aciertas a adivinar cómo acabará. A
saber lo que puedo dominar y lo que no, a negociar con fuerzas des-
comunales que te superan, que pueden aplastarte o pueden llevarte
a puerto surfeando olas gigantescas. Que esa velocidad te puede
salvar pero también puede ser letal si no eres experto al timón.
Y confianza, confianza de ver a lo que te enfrentas, porque el mar
muestra su cara, su color, su olor con total desvergüenza, con des-
fachatez, porque es el aliado del viento, un enemigo invisible que lo
transforma, le desencadena la ira. Las nubes, la lluvia, la humedad,
las trombas de agua, son un decorado de ópera que conjugan mar y
viento, para que el navegante muestre el debido respeto. ¡Ah! Me ol-
vidaba del trueno, el rayo y el relámpago. Pequeños detalles sonoros
y lumínicos. Te viene de cara, aparece en el horizonte. Es imposible
no verlo, ignorarlo.
Por fin el mar, la navegación, me ha mostrado los secretos de la
belleza, el espectáculo salvaje que sólo unos pintores y pocos fotó-
grafos han sabido plasmar. Un secreto que está ahí, pero que para
conocerlo tienes que dejar por popa muchas, muchas millas, familia
y amigos.
¿No lo he dicho todavía, verdad? El miedo.
¿He aprendido lo que es el miedo navegando? Después de navegar
más de cuarenta años todavía no sé responder con exactitud a esta
pregunta. Los grandes temporales los sufrí de joven, cuando no tiene
ningún mérito no tener miedo por la sencilla razón de que no se sabe
lo que es. Todo va demasiado deprisa, tienes que actuar para arriar
esa vela o tomar el rizo sin cometer errores. Estás demasiado ocupa-
do. Pero no se lo digáis a nadie.
Con la edad uno aprende que el miedo aparece donde menos te lo
imaginas, de quien no te lo esperas. El miedo nace cuando quieres a
otras personas, cuando te haces responsable de familiares, pareja,
amigos, no digamos hijos. El miedo real es a la enfermedad, al dolor
de las personas que estimas, al futuro de un mundo que está defini-
tivamente desquiciado.
Miedo he tenido en tierra, donde todo buen navegante ha aprendi-
do que es donde se pierden los barcos. Y algunos hombres.
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