Revista Náutica&Yates 34 - page 151

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[CRUCERO PRÁCTICO]
La vida a bordo
en navegación
regala momentos
cambiantes.
para ti mismo, lo cual te impide
sostener un anemómetro que de-
muestre estos hechos.
La escala Beaufort y la escala
Douglas las idearon dos almirantes
ingleses que, por supuesto, nunca
abandonaron el castillo de popa
de sus barcos. Desde ahí bajaban
a tierra, a sus despachos del Almi-
rantazgo sin pisar la proa, ¡jamás!,
de la embarcación. Los verdaderos
marinos sabemos que la altura de
las olas se calcula en el bar, tras
unos buenos tragos, y que puede
ir variando, a lo largo de los años,
porque los únicos parámetros para
medirlas son el desvente que pro-
ducían en las velas o la sombra
dantesca que caía como un manto
en el seno de la ola austral. Tam-
bién los barómetros se equivocan.
Yo he visto un barógrafo salirse de
la escala en el Índico Sur. ¿En qué
demonios pensaba el fabricante
cuando lo fabricó? ¡Bah!, exagera-
ciones de marinos fantasiosos…
LISTAS Y MÁS LISTAS
En los barcos tenemos la manía de
hacer listas, de medir las cosas, de
marcar las drizas, los carros de es-
coteros, para trimar bien las velas.
Ponemos cintas en las crucetas,
para colocar la baluma correcta-
mente. Los diseñadores facilitan
curvas polares, de viento real y
aparente, para saber la velocidad
del barco, las velas idóneas. Pero
a partir de los cuarenta nudos de
viento todo buen patrón hace cual-
quier cosa menos mirar las listas o
los libros de instrucciones. Aquel
buen consejo de: ¿Cuándo hay que
tomar el rizo? “Cuando te lo estás
planteando ya lo tendrías que ha-
ber tomado”. Porque claro, depen-
de del barco, de la dirección del
viento, de la experiencia de la tri-
pulación, de si es de día o de noche,
de si la mayor es clásica o enrolla-
ble… listas, listas, hacemos listas
para creer que lo controlamos, que
lo dominamos, para ganar tiempo,
pero tras muchos años la expe-
riencia y la intuición barnizan al
navegante de unos conocimientos
que le dan brillo. En esto el mar
Mediterráneo es una gran escuela.
Porque a pesar de que los partes
meteorológicos han ganado una efi-
cacia fuera de toda duda, es un mar
con cambios de humor imprevistos,
roladas imposibles, chubascos vio-
lentos. La cercanía de la costa, Los
Pirineos y Los Alpes, el Delta del
Ebro, fabrican vientos huracanados
que obligan a inmensos mercantes
a cambiar su ruta y pegarse a tie-
rra. Sí, en el pequeño y tontorrón
Mediterráneo. Utilizamos sistemas
de medición muy sofisticados: du-
rante un violento Mestral, al cargar
la furiosa racha, se me ocurrió abrir
la boca para probar el sabor de la
turbonada que me azotaba hori-
zontalmente, dada su fuerza. Era
salada. El viento levantaba el agua
de mar en rociones dantescos. Si no
la pruebo no lo creo. El tiempo es
relativo, las distancias nunca son en
línea recta, se sabe el momento en
que se sale pero nunca cuando se
llega.
¿CÓMO FUNCIONAMOS
A BORDO?
Y para acabarlo de arreglar, el mar
me ha enseñado que las personas
cambian, que dan sorpresas. Que el
aguerrido marino en tierra se viene
abajo en un momento complicado,
mientras que el tipo bajito y flacu-
¿Cuándo hay que tomar el rizo? Cuando te lo
planteas ya lo tendrías que haber tomado.
cho repta hacia proa para arriar
ese foque que parecía imposible de
apagarlo y bajarlo a cubierta. Tam-
bién he aprendido que uno mismo
funciona de una manera con una
tripulación que con otra. Que a ve-
ces se encaja y a veces no. Que una
tripulación cambia radicalmente
con un patrón u otro. Que un buen
capitán es más tolerante y flexible
que lo que cuentan en las novelas,
en los relatos de aventura y, sobre
todo, en el bar.
Si el tiempo no es fiable, los
barómetros y los partes tampoco,
¿qué es entonces lo fiable?: eviden-
temente, las personas, y los barcos.
Hombres de hierro en barcos de
madera. Pero no se equivoquen,
hierro dúctil, flexible, madera en
buen estado, bien cuidada y bien
mantenida. Y por fin, un apara-
tito que se llama reloj, porque al
final es necesario para el cambio de
guardia, los cálculos astronómicos,
para —lo más importante— sa-
ber a qué hora vamos a desayunar
o comer. Y como Neptuno es sa-
bio, nos permite cambiar de hora
cada quince grados de longitud, o
mejor, cuando queramos. Y Cro-
nos nos da un regalo especial a los
navegantes: si damos la vuelta al
mundo navegando hacia el Este,
repetimos un día.
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