118
[CRUCERO PRÁCTICO]
Texto e ilustración de Isidro Martí.
Atar las
colchonetas
aunque no haya
viento. Hemos
visto muchas salir
volando.
resistir un vuelco de 180 grados sin
caerse. Uno de mis trabajos ese bar-
co era la estiba, y les aseguro que no
es fácil certificar que todo quedará
en su sitio si se produce un vuelco.
Cierres de seguridad en los cofres,
todo el plan del barco atornillado y
un sinfín de detalles más. Por suerte
no sufrimos un vuelco tan dramáti-
co como el del Licor 43, pero en las
Rugientes 40 hubo una rompiente
que nos puso a prueba y acostó el
barco con el palo cerca del agua. La
estiba resistió bien, pero curiosa-
mente fue un desafortunado tripu-
lante el que salió disparado de su
litera y sufrió un leve golpe. Y eso
que las literas tenían aparejo anti
escora.
Muchas veces navegando ama-
rramos algo, o tras una maniobra
en puerto trincamos las amarras, y
Hay cosas en tierra que se pueden
hacer a medias, regular o bien, pero
después de navegar estos años, he
aprendido que en el mar sólo cabe
una posibilidad: hacerlo bien.
Lo que sé
del mar
nar”, nosotros estibamos. Estibar es
colocar bien las cosas, amarrarlas,
trincarlas, hacer cierres de seguridad
en los cajones, sujetar bien las bate-
rías, cerrar los cofres. Cuando pre-
parábamos el Fortuna para la regata
Whitbread de la Vuelta al Mundo
en el año 85, la organización exigía
que todo el interior del barco estu-
viera bien estibado para que pudiera
S
eguro que más de una vez le
ha pasado que al final de una
tarea, una reparación o una
reunión, le ha quedado una
cierta inquietud de que aquello podía
estropearse o acabar mal.
En los barcos, en el mar, preparan-
do una travesía, si algo le avisa de
que aquello no está suficientemente
sujeto, arreglado, revisado o previsto,
tenga la completa certeza de que aca-
bará mal, o se romperá, o fallará, tal
como su experiencia e intuición, le ha
alertado. En tierra todo perdona más.
La primera razón es porque los bar-
cos se mueven. Parece una tontería,
pero no lo es. Tendemos a creer que
dominaremos la escora, los balances y
las cabezadas, pero el barco se ve so-
metido a unos movimientos que sólo
un marino experto es capaz de prever.
Por eso en el mar no decimos “orde-